Cultura13 de septiembre de 2023

SARA DE IBAÑEZ: "Artigas" poema, SEGUNDA PARTE - II MEMORIA DE LA HAZAÑA

SARA DE IBAÑEZ: "Artigas" poema, SEGUNDA PARTE - II  MEMORIA DE LA HAZAÑA

Era al principio la ávida simiente,
que en él buscó los limos y las sales.
Su rostro, abecedario de la fuente,
vió las lentas jornadas pastorales.
Diezmo pagó su juventud fluente
en largo amor a salvias y zorzales,
y echóse a andar delante de su sueño,
en atezada piel, muslo cenceño.

El era el fuerte, el grave, el elegido.
Los hombres que anduvieron a su flanco,
pensaban con la sangre y el latido,
bullente el pecho y el cerebro en blanco.
El les abrió con salmos el oído
cuando ya amaban su silencio franco
y aquella lumbre que en mitad del día
en torno de sus sienes se veía.

Después fué el cauto sismo de raíces.
Circulatoria lengua de meteoros
en virginal asombro de matrices
pregonó el despertar de sus tesoros.
Se estremecieron médulas felices
aborrascadas de íntimos azoros,
y un grito en flor de lágrimas opresas
inundó las recónditas dehesas.

Finaron los tranquilos pastoreos.
La rumia vesperal en los bajíos.
En los montes los cálidos zureos
y la eclógica siesta de los ríos.
Oyéronse galopes y jadeos.
La sed fundió en los belfos sus estíos
y en confuso tropel la Patria alerta,
y en plinto ecuestre, se encontró despierta.

El era el grave, el elegido, el fuerte.
Le honraron el amor y la obediencia.
Y le siguió su ejército a la muerte
vestido de laurel y de inocencia.
Vestido sólo del laurel que vierte
su amargo sol de herida y penitencia,
y con el hambre que en su reino huero
tuvo arpado aguijón por compañero.

El era el fuerte, el grave, el elegido,
y la envidia reptó sobre su lumbre.
Al traidor, al cobarde y al vendido
acogió en caridad su mansedumbre.
Su pedestal fué el pueblo, defendido
de discurso falaz y podredumbre,
y de su boca donde Dios soplaba
tomó las puras leyes que le daba.

Iberas garras en las Piedras romas,
y fratricidas fauces en Guayabos,
antes del viento blanco de palomas
que el estigma borró de los esclavos.
Antes que sus andrajos y carcomas
a la hoguera lustral diesen los bravos,
cuando el Héroe miró en el ara hundida
y la primer bandera fué encendida.

El himno y la oración juntos se abrieron
en el alba más tierna del olivo,
y en columna de arcángeles subieron,
¡oh tromba celestial del pecho vivo!
Avenidas de música fundieron
ígneo bronce y salterio sensitivo,
porque en llama y temblor y melodía
edificaba el pueblo su alegría.

Regresaba a las trojes la abundancia
y las tahonas la nivosa fiesta.
Los frutos extenuaban su fragancia
y el pez bruñía la colmada cesta.
Urgido el huerto en amorosa instancia
multiplicaba su florida cresta,
y en aras de la paz las criaturas
rendían sus primicias y grosuras.

Y dijo el Protector a sus leales:
Estoy aquí por un favor del cielo.
He venido a sufrir de vuestros males
y por vosotros doblaré mi celo.
Todos sois mis hermanos, mis iguales:
lidia sin sangre os traiga pan sin duelo,
limpio sudor y sueño sin alarmas,
Descansad en el seno de mis armas.

Fueron cinco provincias las que oyeron,
la sangre tensa y el discurso mudo.
Fueron ricas comarcas las que abrieron
estrella pentalúcida en su escudo.
¡Oh rosa federal con que ciñeron
al suave Padre en jubiloso nudo!
Al unísono ardor cinco latidos,
y en sólo una sonrisa confundidos.

La capital que un vuelo amurallaba
rostro de barro y libertad tenía,
y en su sitial de hierba señoreaba
creciendo en patriarcal sabiduría.
Y el rayo vino a consumir su aljaba
en Purificación de la alegría.
Fué la injusticia sobre el tierno muro,
la iniquidad sobre el Profeta puro.

Su verbo estaba limpio como un río,
como hontanar entre arrayanes era.
Y los hombres armados con su brío
salieron a labrar la primavera.
Sobre temprana flor cayó el rocío
y en dulce trance estaba la pradera,
cuando el pueblo y su padre cristalino
vieron llegar azote y torbellino.

Harto abrasaba el resplandor brullente
que al Pastor serenísimo asistía,
y aquella potestad de miel frecuente
que muchedumbres en amor regía.
Harto  pesaba a la enemiga gente
su corona de mirto y de agonía,
y en arrancarla al fin con mano lucía
sutil jornada consumió la astucia.

Blandió el arcángel férrea llamarada.
Desenguantó el león garra febea,
y otra vez al calor de su mesnada
salió a enfrentar la ofídica marea.
Odio y traición mordieron en su espada,
no el lusitano fuego en la pelea,
y fué manchada la celeste pluma
y roída la zarpa hasta la espuma.

Sára de Ibañez, 1952

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