José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo X - Parte 5 de 5
José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO": Capítulo X - Parte 5 de 5
¿Quieres conseguir gracias del que consulta su alma, y se familiariza con los grandes sentimientos que ella inspira?
Hazle saber no mas tu intención, y al instante serán cumplidos tu deseos.
Mas le obligarás a el que el a ti, ofreciéndole ocasión de favorecerte. Este tal no tomará de su dignidad y riquezas sino la facilidad que ellas le prestan de poder socorrer a su prójimo: dará gracias a cualquiera que le lleve desgraciados para socorrerlos. Su corazón se hará el asilo de todos los que padecen.
Al contrario, ¿que sucederá con una persona entregada a la sociedad, si antes no ha sacado de sí misma motivos para merecer el título de generosa, y aquel que por último se concede a las virtudes?
Sus servicios no serán sino reprensiones del necesitado: sus promesas vanas palabras: sus procederes imprudencias y contrariedades, y su vida un círculo vicioso de frívolas diversiones.
Ya no hay tiempo de observarse a si mismo en medio de un mundo que nos asedia, a menos que no sepamos huir de la confusión oportunamente, pues de los contrario llega a morir el hombre sin conocerse.
De aquí resulta que lo hombres que viajan, pocas veces se aprovechan de lo que podían aprender. Este método de conversar con todas las naciones se convierte en una disipación que nos saca de nosotros mismos, yo no nos deja tiempo para reflexionar.
Se embarca con gran priesa a un joven en el comercio de las naciones con un ayo ignorante o necio.
Camina el joven, y no halla sino ocasiones de perderse de vista: cree que una simple ojeada, puesta en una estatura o en un retrato ha de darle una ciencia universal, y que luego podrá votar en el asunto como pintor, escultor y arquitecto: se persuade que deslumbrando a los extranjeros con sus trajes y boato, con quienes no tiene otra relación, va sobre sus costumbres a mejorar las suyas repentinamente; pero él no advierte que entonces está su alma mas lejos de él que su patria, y que la ha visto mucho menos que lo que va viendo al paso.
De este modo, privado del resplandor de esta antorcha, lleva sus defectos a todas partes, y no logra virtud alguna.
¡Que diferencia tan grande habría, si hubiera aprendido antes a conversar consigo mismo!
El habría vuelto a su patria cargado de excelentes riquezas: habría tomado prestadas la solidez de unos, y la política de otros, con que hacerse útil a la sociedad: habría comenzado deponiendo toda preocupación, respetando la forma exterior de cada gobierno, y conformándose con los usos del país.
No obstante toda esta utilidad que se puede sacar de los viajes, no son tan necesarios como se cree. Es muy fácil aprender cada uno en su misma casa las costumbres de todas las naciones.
Algunos hombres doctos y conocedores del mundo han enriquecido el público con relaciones muy exactas, y todos los europeos, tan vecinos unos de otros, se conocen mutuamente.
La mayor ventaja que se puede conseguir de esto, es apartar a los jóvenes de los malos ejemplos; pero si ellos encuentran en su casa sólidas instrucciones, quédense en ella, y empleen preciosamente un tiempo, cuya mejor porción se pierde en los caminos públicos.
Si se viaja muy temprano, nada se puede observar, y si se hacer en edad mas adelantada se desvía uno de profesiones que es preciso abrazar entonces, y no se logra otra que la de viajero: se arriesga, por último, a coligarse con aventureros, o juntarse con insensatos, que confunden ellos mismos el hombre galante con el vago.
Conversemos con nosotros: veamos el mundo remoto en la historia, en la geografía, y pensemos que el que llevamos en nosotros mismos nos servirá mas que cualquiera otro, cuando queramos observarlo.
Sin embargo de lo dicho, se podría viajar de un modo excelente, modo tan poco usado, que apenas se conoce. El sabio Cardenal Quirini supo practicarlo, pero con todo el suceso que se podía esperar de su gran talento.
Ni los edificios, ni las estatuas, ni las pinturas (objetos que se hallan a cada paso, y de los que cualquiera puede tener copias a la vista) fueron los que principalmente fijaron su atención: el no hacia mas que verlos al paso, y solo procuraba la utilidad de tratar a los sabios, y contraer amistad con ellos.
Su correspondencia, y sus bibliotecas le parecieron siempre preferibles a una contemplación estéril de medallas y bajos relieves.
No había hombre famoso que él no fuese a buscar en Holanda, Alemania, Francia, Inglaterra e Italia. La atención en leer sus obras precedía siempre a sus visitas.
Puede consultarse sobre este asunto al vida del ilustre Quirini, compuesta por él mismo, y luego se convencerá cualquiera, que es mucho mas útil frecuentar sabios, que examinar mil antiguallas, en las que todo el mérito consiste en estar desmoronadas, o llenas de roña; pero cuanto mas los hombres tienen el furor de rejuvenecerse, y el cuidado de evitar los ancianos, tanto mas se complacen en ver pinturas viejas, y en jactarse de la antigüedad de sus familias.
En cuanto a las mutua correspondencia entre las naciones, establecida por el comercio, se reconoce en ella ser obra del alma, siempre amiga de la sociedad. Sus reflexiones, y sus consejos son los que llevaron los viajeros a todas las partes del mundo para ir a sacar de ellas secretos y riquezas.
De aquí es, que la "conversación consigo mismo" ha puesto a cada uno en estado de poder decir con certeza: ahora para mi están poblados los mares de navíos, los caminos públicos llenos de correos, se trae el oro del Perú, el café de Arabia, se dan batallas, se defienden las fronteras, y se castigan bribones.
Por todas partes vemos esta individualidad en la que entramos nosotros: ¿cuantas veces, conversando con nosotros mismos, hallamos medios de conversar con otros? La sociedad exige que no dejemos que se escape cosa alguna de las que requiere el bien público.
Si escuchamos atentamente nuestra alma, seremos tan buenos ciudadanos como verdaderos filósofos, sabremos distinguir el amor a la disipación del de la sociedad.
La desgracia está en que confundimos lo uno con lo otro siempre, y que ninguno quiere tener por enemigos del género humano, sino a los que no se comunican con persona alguna; ¿pero de qué utilidad puede ser un hombre que solo piensa en fruslerías y bagatelas, y pasea su ociosidad y enojo de casa en casa?
Es preciso creer, sin que valga contradicción alguna, que este es menos amigo de si mismo, y de sus hermanos, que solitario mas retirado.
Dividido el universo en cuatro clases diferentes, solo ofrece una especie de hombres que se aplican con utilidad, con alegría, y en una palabra, filosóficamente, y aun esta clase consta de muy pocos sujetos.
Todos los demás malogran toda su vida en el flujo y reflujo de las frioleras y monadas del siglo, o se entregan a estudios que, sin consecuencia y sin método, se hacen peores que la ignorancia misma, o en fin confunden la soledad con la misantropía, y se confederan con esta como con la verdadera filosofía.
Conversemos con nosotros mismos, y sabremos ser serios y festivos, oficiosos y reflexivos; pero hay innumerables jóvenes que creen consigo, cuando se abandonan a su mal humor. Esta ilusión crece cada vez mas y mas, con tanto extremos, que si continúa, perderemos la filosofía, y solo tendremos hombres enemigos de la sociedad.
El alma tal cual debe ser, le parece al sabio un jardín esmaltado de todos colores; pero el alma desfigurada por las pasiones y la preocupación, se hace el asilo de turbación y el enojo.
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"LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo (1719-1802),
"La conversation avec soi-même" escrito en 1753, "Conversations with Myself"
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,
DESCARGA DEL LIBRO: https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf
José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay en la Quinta de Ibiray.