Política: La columna de Herman Vespa
PARA LOS OLVIDADIZOS PREMEDITADOS
Hay quienes ante hechos, sucesos, acontecimientos, crímenes, incluso encuentran siempre motivación para justificarlos, darles razón, intentar explicaciones. Y por el uso planificado de una muy avezada dialéctica darle visos de certeza a sus conceptos. Otros que incurriendo en el sistemático olvido, pretenden generalizar tal postura. Lógicamente no les pasa por su extraviada mente que el ser humano puede tener la rebeldía innata para desechar tales acechanzas. Omitirlas, dejarlas de lado y en ocasiones oponerse decididamente. Que además y en ocasiones asume su cuota de dignidad que latente, aflora en toda su personal grandeza y hacen a ese mismo ser humano el individuo del que la sociedad se siente plenamente orgullosa. Al que además no se le doblega sobre todo moralmente. Y es entonces, cuando impelido por tantas voces nefastas siente la intransferible necesidad de oponerse a ellas, De decir sus verdades que no son otras que el reflejo exacto de la Historia, real, verdadera, reciente. No la inventada, a gusto y placer de quienes lo hacen precisamente. Siempre además acorde a sus perimidas sectarias ideologías. De sus interminables falacias y fundamentalmente de sus aberrantes conductas. El pasado 21 del corriente mes se recordaba un nuevo aniversario del alevoso asesinato del peón rural Pascasio Báez Mena, por parte de un grupo de Tupamaros. Una inyección de pentotal termino con la vida del modesto compatriota. Como dato anecdótico dolorosamente traído a colación, el citado peón hacia una de sus habituales recorridas por el campo en el que desarrollaba su actividad. En el transcurso de la misma observa que de una de las llamadas tatuceras que servían de refugio a estos delincuentes, surgen cuatro o cinco de estos malvivientes. Que inmediatamente le apresan, al verse descubiertos, y luego de días de tortura resuelven terminar con su vida. Asesinaron a un modesto trabajador rural, dejando un hogar sin el jefe de familia y sin el sustento que el generaba. Sin esposo, sin padre al mismo tiempo.
Cuando uno asume en su brutal dimensión lo acaecido en la Estancia Espartaco, donde ocurrió la tragedia, porque de eso se trata precisamente la barbaridad de los Tupamaros, no puede imaginar siquiera hasta donde es capaz el ser humano de llegar para dar satisfacción a sus inhumanos perfiles ideológicos. Cuyo ejemplo mundial ha sido la siembra de odios, destrucción, pobreza, muerte. Menos se entiende este extremismo si sucesos y actores semejantes se originan en este nuestro querido Uruguay. Que ciertos iluminados pretendieron a través de las armas y el terror que ellas implican, destruir e instalar una segunda Cuba en esta parte del orbe. Levantándose contra un Gobierno legítimamente electo por la mayoría poblacional. Y esto hay que reiterarlo todas las veces que sea necesario, contra un Gobierno legítimamente electo por la mayoría poblacional.
Esta gente sumió a la Nación en una de sus más enormes tragedias. Lo que hicieron, lo que originaron es de todos conocidos. De poco vale traer al relato una época aciaga si las hay, cuyas consecuencias seguramente hasta hoy los uruguayos seguimos poblando, más de una década de dictadura militar entre otras. Dejando a las generaciones futuras un legado del cual debió hacerse cargo, sin haber tenido la mínima participación. Sin haberlo vivido incluso y conocerlo únicamente a través de la sesgada visión de los promotores y adeptos a tamaña afrenta a la Institucionalidad nacional. Por eso luctuosas fechas como la que involucra a Pascasio Báez Mena, deben mantenerse vivas en la memoria de todos los compatriotas. Como demostración acabada de la insania de seres humanos que inmersos en el nefasto MLN Tupamaros, trajeron tantos lodos a esta tierra de paz. Sembrando odios, divisionismo que solo desaparecerán cuando sus mismos promotores posean la hidalguía de reconocerlo y por sobre todas las cosas, decir la verdad, Aunque ella les inculpe definitivamente. La historia no se adecua a nuestra personal forma de percibirla. Por el contrario ella es única, absolutamente veraz e indesmentible. E intentar tergiversarla resulta tarea incongruente, demostrativa además de la incapacidad humana de asumir que la verdad, en este caso la histórica, siempre habrá de brillar con luz propia. Para iluminar el porvenir, pero fundamentalmente dejar al desnudo las falacias de quienes intentaron infructuosamente, transformarla en funcional a sus menores y rechazables intereses. A sus inconducentes ideologías. Ajenas absolutamente al auténtico ser nacional.
Herman Vespa