LA "Natividad Cristiana". PARTE 6 Unos magos llegaron de Oriente a Jerusalén
«Unos magos llegaron de Oriente a Jerusalén y dijeron: —¿Dónde está el Rey de los Judíos que acaba de nacer? Pues nosotros vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarle.»
Y en cuanto se enteraron de que, según la Escritura, debía ser Belén el lugar de nacimiento de este predestinado, encamináronse hacia allí. «Y sucedió que la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que se detuvo encima del lugar donde es encontraba el Niño.»
María y José, de vuelta de Jerusalén, no habitaban ya entonces en la gruta, sino en una casa del pueblo. «Los Magos hallaron al Niño con María, su madre, y prosternándose, le adoraron; luego, abrieron sus tesoros y le ofrecieron oro, incienso y mirra» (San Mateo, II, 1, 12).
Esta pintoresca escena en que tres fastuosos viajeros de Oriente vienen a inclinarse ante la cuna de un pobre niño de pecho es, de todo el Evangelio de la Navidad, una de las que más han impresionado las imaginaciones.
Su sentido simbólico se evidenció muy a menudo por los místicos: las potestades de la tierra, prosternadas, reconocieron la suprema autoridad del Niño Dios; y las tres ofrendas de los Magos tuvieron valor de signos; oro, como a un Rey; incienso, como a un Dios; y mirra, como a un condenado a muerte.
Multitud de artistas la tomaron por tema, y así Sassetta, Gentile da Fabriano, Durero en la rutilante tela de los Uffizi, y otros tantos, felicísimos por hacer jugar en sabroso contraste el falso de los ornamentos, los mantos reales y las pedrerías con que visten a los Magos, con la gris y morena modestia del marco del Niño Dios.
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Muchos detalles retenidos por el arte no deben nada al Evangelio según San Mateo, sino que proceden no ya de los apócrifos, que en este punto mostráronse particularmente discretos, sino de fuentes desconocidas de origen oriental.
La leyenda formada alrededor de los Magos proliferó a lo largo de los siglos hasta el punto de crear en muchos sitios, por ejemplo en Provenza, una verdadera tradición folklórica. Los Magos eran descendientes del gran adivino Balaam.
Las monedas de oro que llevaron a Jesús las acuñó Terah, el padre de Abraham, y fueron dadas a la gente del país de Saba por José, hijo de Jacob, cuando fué a su tierra para comprar los perfumes con que embalsamar el cuerpo de su padre.
El número de los visitantes se fijó en tres, ya para hacerles encarnar las tres edades de la vida, ya para que representasen uno a la raza semita, otro a todos los demás blancos, y el tercero a los negros. Se les llamó Gaspar, Melchor y Baltasar; y esos nombres, escritos en una cinta llevada en la muñeca, preservan de la epilepsia.
"El sueño de los Reyes Magos"
Esos temas legendarios se encuentran por doquier, en toda la Cristiandad, como en los bajorrelieves de la catedral de Amiens, en San Trófimo de Arlés o en las vidrieras (vitrales) de Lyon y Mans.
En el tímpano norte de la catedral de Chartres se les ve acostados bajo una misma manta, sin duda según un detalle fabuloso que ignoramos.
En el castillo de los Baux se observa todavía que el blasón se adorna con una estrella, lo que atestigua que tan ilustre casa se relaciona con los gloriosos visitantes del Niño: y como era cierto que Santo Tomás, durante su viaje a las Indias, los bautizó en la Fe cristiana, ¡la catedral de Colonia recogió sus reliquias!
¿Puede añadir la Historia precisión a cosas tan lindas?
¿Quiénes eran esos Magos venidos de Oriente?
Desde los comienzos del siglo 11 en que parece que Tertuliano estableció esta tradición, se les llama a menudo «Reyes Magos», sin duda porque el Salmo LXXI dice: «Los Reyes de Tarsis y los de las islas pagarán tributo; los Reyes de Arabia y de Saba ofrecerán presentes.»
En su origen, los Magos eran los sacerdotes de la religión mazdeica, tal como la practicaban los antiguos Medos y Persas.! Constituídos en casta muy cerrada —en una verdadera tribu, según Herodoto —, decíase que llevaban una vida austera, conservando el fuego de las Cumbres y estudiando el curso de los astros y los sueños.
Eran muy poderosos; fué un Mago quien trató de adueñarse del poder imperial en Persia afirmando que él era Smerdis, el hermano del Emperador, redivivo, mientras Cambises guerreaba en Egipto. Pero nada parece probar que en la época del nacimiento de Cristo, es decir, bajo la dominación de los Partos, tuviesen todavía los Magos un papel de primer plano.
Más bien parece designar esa palabra a hombres de todas clases que se entregaran al estudio de los astros, siendo a un tiempo astrólogos y astrónomos, entre los cuales los había buenos y malos, gente seria y charlatanes.
Evidentemente, los Magos de la Escritura pertenecían a lo que de mejor hubiera entre ellos. Que esos hombres, cuyo oficio era atender a las cosas misteriosas, se hubieran percatado del nacimiento del Mesías, es cosa que fácilmente puede admitirse.
Los Judíos habían difundido por todo el Oriente y hasta por aquella lejana Persia donde se situaban las aventuras de Tobías y las de Ester, el gran tema de su esperanza. Pudieron conocer la profecía que Balaam vióse obligado por Dios a pronunciar en favor del Pueblo Elegido: «Una estrella sale de Jacob y un cetro surge de Israel» (Números, XXIV, 17).
Y Tácito, por más orgulloso romano que fuera, tuvo que escribir: «Había una persuasión general, basada en viejas profecías a las que se daba fe, de que el Oriente iba a encumbrarse y de que antes de poco tiempo se vería salir de Judea a quienes regirían el Universo» (Historia, V, 23).
El problema de la estrella es más arduo.
En primer lugar cabe preguntarse hasta qué punto tenían los «Magos» unos conocimientos astronómicos tan prodigiosos como lo quiere una sólida tradición.
Conviene no olvidar que. como observaban a simple vista y con instrumentos rudimentarios, carecían de unas bases que el peor telescopio da al conocimiento moderno.
Sentado esto, ¿qué hipótesis pueden hacerse? Viene ante todo a la mente la de una nova, la de una verdadera «estrella nueva», como la que apareció en 1918 en Aigle, o como la que vióse en 1572 después de la Noche de San Bartolomé, hipótesis que tiene en su contra que ninguna aparición de ese género señalóse en esa época por ningún autor digno de fe.
¿Cabría que fuese un cometa?
Cuando el 10 de enero de 1910, el de Halley fué visible en Jerusalén, observóse claramente el vaso de su luz de Este a Oeste; difuminóse por Oriente y reapareció por Occidente, muy visible, lo que confirmaría la indicación del Evangelio.
Pero el cometa Halley pasó solamente por el cielo de nuestros países en el año 12 antes de J. C. y no en el año 6; y otros cometas señalados por los chinos en 4 y 3 antes de J. C. no parecen haber sido observados en Occidente.
Por otra parte, los cometas, sometidos como todos los astros al movimiento diurno, apenas si pueden indicar una dirección precisa y, menos aún, señalar una casa en una ciudad.
Kepler pensó que el fenómeno astral podía designar una conjunción de los planetas Júpiter y Saturno en el signo zodiacal de Piscis y, cosa curiosísima, calculó que ese fenómeno debió producirse en el año 6 antes de J. C., cuando ignoraba él totalmente que ésa es la fecha más probable del nacimiento de Jesús.
En todo caso, el vocablo astro de la Escritura puede perfectamente, según el sentido del griego, ser entendido no como estrella, sino como fenómeno astronómico.
También cabe pensar en ese magnífico fenómeno de la luz zodiacal, considerable claridad que se ve con bastante frecuencia en Oriente, en países de cielo puro, centrada sobre el sol poniente, y que siempre impresiona la imaginación.
Por fin, en los mismos confines de la ciencia y la leyenda, Merejkowsky sostuvo que la escritura aludió a un fenómeno celeste sumamente raro, el de la precesión astronómica, o paso del punto equinoccial del signo zodiacal de Aries al de Piscis, lo que hubiese significado para los Magos babilónicos, obsesionados por la idea de un nuevo y esperado diluvio, la promesa del fin del mundo y el anuncio de una nueva etapa de la humanidad."
FUENTES: "JESUS EN SU TIEMPO", 1953, Daniel Rops (Henri Petiot, 1901-1965)