Religión y Filosofía Por: Pablo Thomasset09 de febrero de 2024

José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo VIII - Parte 2 de 5

"El desastre pende sobre la cabeza del hombre que pone la fe en los atavíos antes que en la paz de la vida interna, la cual no depende de los estados mentales o emocionales de la vida exterior" - Annie Besant -

José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo VIII - Parte 2 de 5

Cuantos mortales, tantas pasiones que los seducen y ciegan. 

Lo que puede apartarlos del regreso a sí mismos, y sumergirlos en el abismo de la disipación jamás deja de agradarles: corren a esto con ansia, la experiencia de todos los días nos lo enseña. Quieren saber todas las lenguas, recorrer todos los paises, conocer todas las artes, las naciones, todos los tiempos, y no se cuida de consultar su alma y observarla.

Por todas partes la pasean, pero sin penetrar jamás su secreto. Todos deseamos ocupar puestos eminentes que llaman la atención de todo el mundo, y no tenemos valor para mirarnos a nosotros mismos. 

Hay entre los mortales inconsecuencias que no se pueden explicar. El hombre está lleno de amor por su propia persona, se complace en sus propias obras, y al mismo tiempo huye de si mismo.

Nuestro cuerpo que siempre había de ir detrás, este cuerpo de quien percibimos todos los días la corrupción, recibe nuestros primeros obsequios, y cautiva toda nuestra atención. Para utilidad suya trabajamos, y para su gloria sacrificamos el tiempo, y a  veces nuestras costumbres. Su vestido, su alimento y su reposo, son nuestro único e importante negocio. Muy lejos de evitar su vista, como evitamos la del alma, el artificio ha inventado un medio fácil de columbrar nuestro propio cuerpo.

¡Eh, cuan de moda se ha hecho ya este medio!

El niño no se descuida en contemplar la porción de materia que le rodea, y llega a viejo sin haber considerado una sola vez su alma.

Ya no debemos, pues, extrañar la aversión general con que se mira la muerte.

¿Cómo se ha de pensar en la destrucción de un cuerpo que se mira como el único ser?

¿Cómo hemos de figurarnos el horror de un sepulcro en el que no tendrá nuestro cuerpo otros compañeros que tinieblas y gusanos?

Sí, no hay duda, el temor es por lo común efecto de la frialdad e indiferencia con que miramos nuestra alma. 

Si la conociéramos verdaderamente, y si halláramos complacencia en su comercio, desearíamos el instante en que ya no dependerá nuestro espíritu de una infeliz masa, que le sujeta acá en la tierra; pero no hay quien piense que su trato y posesión son una verdadera felicidad.

Sin embargo, y a pesar del amor desordenado por nuestro cuerpo, ignoramos hasta su mas mínima parte. 

La necesidad de recurrir al alma, y consultarla, o sobre la circulación de la sangre, o sobre el juego de los músculos y nervios, desvía al mayor número de los hombres de aprender la anatomía.

¿Quién habría creído que viviéramos en nuestro cuerpo sin conocer ni el tejido de sus fibras, ni los resortes que facilitan sus movimientos?

La disipación ha sabido hacer a los mortales mucho mas extranjeros de sí mismos, que de los objetos de quienes estan mas apartados. Yo los veo derramados sobre una tierra cubierta de sus fruslerías y bagatelas, siempre ocupados de los otros, y jamás de sí mismos, siempre ansiosos del placer, y nunca del bien de su alma.

Un joven, desde la edad de quince años, se arroja en un torbellino de placeres. Después de haber hecho a sus ojos y oídos cómplices de todos los desórdenes quiere satisfacer sus pasiones, y con esta ansia revolotea de objeto en objeto: las novelas que lee, y los espectáculos que frecuenta son todo su socorro, y toda su felicidad. 

¿Será posible en tal carrera verse y conocerse?

Lejos de querer disipar las ilusiones que nos rodean, solicitamos aumentarlas. En casa ciudad levantamos una especie de templo en su honor, consagrando a su culto asiduo brillantes mentiras. Por mas que se proteste y asevere que no se va a los espectáculos sino para reformar las costumbres, la experiencia y la razón nos dicen que no creamos tal cosa.

La comedia y la ópera no se inventaron sino para desviar al hombre de sus flexiones, y de este modo se hacen cada día mas amigos del mundo, y mas enemigos de sí mismos.

* * *

"LA CONVERSACION CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo (1719-1802),

"La conversation avec soi-même" escrito en 1753,  "Conversations with Myself" 
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,

DESCARGA DEL LIBRO:  https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf

José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay en la Quinta de Ibiray.