José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo XII - Parte 1 de 5

Religión y Filosofía 07 de junio de 2024 Pablo Thomasset Pablo Thomasset
Artigasf2

José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO":  Capítulo XII - Parte 4 de 5

La conversación con nosotros mismo nos introduce en la conversación con Dios.

Aunque es tan maravillosa nuestra alma, como se ha ponderado, sin embargo, ni es, ni puede ser nuestro último fin.  Si es un todo respecto a la nada dice Pascal, también ella es nada respecto a el infinito.

Arrojada en un cuerpo por algunos días, desterrada en un rincón de este universo, sujeta al error  a la vanidad, no puede ignorar su dependencia y flaqueza. El espíritu o ingenio mas extenso y mas perspicaz, lleva consigo señales de imperfección que no se pueden ocultar. Solo acercándonos al Ser Supremo e increado, hallamos en nuestras almas verdaderos títulos de grandeza que, por tan preciosos, merecen toda nuestra estimación.

El alma puede subsistir independiente del cuerpo, pero no puede vivir sin relación con Dios.

Esta íntima unión parece imaginaria a los hombres de carne y sangre.

Sin embargo, como dice San Agustín, y como nos lo repite nuestra propia conciencia, la Sabiduría eterna habla a las criaturas en lo mas secreto de su corazón. 

San_Agustin_

Hay una voz interior que, sin el socorro de las palabras, se da a entender de un modo inteligible en los mas profundo de nosotros mismos. 

A esta escuela interior llamo yo a los hombres. Olviden, pues, el universo sus pasiones y su propio cuerpo, y ellos oirán su voz.

Por admirable y encantador que muestre a nuestros ojos el espectáculo del cielo, de la tierra y de los mares, y aunque habituados a representarle siempre a los que queremos convencer de la existencia de Dios, el espectáculo del hombre es para el hombre mismo mucho mas eficaz y persuasivo.

Sin duda nuestra alma, sola ella, criatura inmortal acá en el mundo, tiene mas proporción con Dios, que no tienen con él las plantas que se marchitan, y los astros que se eclipsan: somos muy disipados y amantes de los objetos terrenos, para sacarnos fuera de nosotros, y fijar nuestra vista sobre un mundo absolutamente material.

Cuantas veces, no queriendo servirnos de él, sino como de un medio que nos condujese a Dios, le hemos amado como nuestro último fin.

Cada cuerpo del universo nada tiene que no sea bueno; pero nuestras pasiones, y nuestros sentidos despojan a las criaturas de su primitiva hermosura, y las revisten de un falso lucimiento, u oropel que nos seduce: solo juzgamos de las criaturas según nuestro gusto y fantasía: de aquí proviene aquella multitud de errores en los que al parecer está el mundo inundado.

realismo

Esto supuesto, es mas fácil hallar a Dios en nosotros mismos, que en las cosas exteriores.

¡Quien podrá traernos mejor a la memoria un objeto que su fiel retrato!

La alma es esta imagen de Dios, siempre subsistente, en medio de nosotros, y que no podemos desconocerla. ¿Donde había de encontrar ella la idea de lo infinito y de lo eterno, sino en el Ser increado que ella representa?

Estas perfecciones están muy apartadas de los entes criados, y no podemos ver el infinito, sino el infinito mismo. 

Es preciso ciertísimamente que él exista, luego que tenemos idea de él, así como lo que el piensa actualmente en nosotros, es preciso que sea en la actualidad algo. 

fuerzas-fundamentales-universo-large

Fuera de esto, los deseos insaciables que tenemos de unirnos al soberano bien, prueban invenciblemente que es uno solo. Todos los hombres le buscan y desean, y los mas relajados, aun en medio de sus placeres delincuentes, se agitan por seguirle. 

El mal está en que eligen medios que los apartan de él, en vez de aproximarlos.

¡Seria posible que un bien tan constantemente deseado, y tan universalemente inquirido, no fuese sino quimera!

¿De que nos servirán nuestra inteligencia y nuestro amor, si no sentimos dentro de nosotros vivas impresiones de un Dios, a quien debemos el homenaje, y fiel obsequio de estas dos facultades?

Sería preciso, o aplicarnos solo a conocer y amar criaturas imperfectas y perecederas, o acusar de ciega a una naturaleza que nos sobrecargo inútilmente de conocimiento y amor: pero no, uno y otro deben dirigir la reflexión hácia el principio inmutable y eterno, que da a todas las cosas ser, vida y movimiento.

Inmediatamente que volvemos la reflexión a otra parte, hallamos un vacío formidable dentro de nosotros. No hay mañana alguna en que no intenten persuadirnos nuestros sentidos que van a satisfacernos, y todas las noches reconocemos que nos han engañado.

El alma, aunque inmortal, no miraría su propia inmortalidad sino como un peso terrible, si no existiera un ser por excelencia, que ha de valerle por todos los objetos terrestres en el instante mismo de la muerte.

Nuestros espíritus no tienen en sí socorros para satisfacerse plenamente, y es preciso no menos que todo un Dios para llenar su capacidad, y que con bellezas eternas los desagravie sobre abundantemente de las hermosuras pasajeras.

De este modo, sola el alma bien examinada y bien sondeada, es una demostración completa de la presencia de un Dios, y de su intimidad con nosotros.

¿Que proporción puede haber entre una sustancia totalmente espiritual, y unos alimentos, sonidos, colores y olores, si el gozo de estos objetos no fuera una ocasión de merecer otro fin, y de hacer un buen uso de nuestra libertad?

Todos los hombres que han hablado mas dignamente de la Divinidad, nos han enviado a la escuela de nosotros mismos. Sabían por experiencia, que el silencio y el recogimiento son como dos alas que nos balancean entre las pasiones y los sentidos, y nos conducen al Ser increado.

San Agustín no tuvo otro objeto en sus soliloquios que llamar al alma hacía aquel que la formó.

Si esta alma viene ahora a considerar el cuerpo al cual la unió el orden del Criador, sentirá prontamente el poder que ella tiene de estremecerlo a su gusto, de precipitarlo de una extremidad a otra de los espíritus animales, de alargar o encoger los nervios, y de dilatar los músculos.

Tanto poder sin duda debe asombrarle. Ella no se acuerda de que jamas le hayan enseñado las reglas de este mecanismo, y sabe muy bien que ella no es el autor, supuesto que ignora el como, el cuando y el por qué.

Entonces es preciso que esta alma vea necesariamente como fuera de sí, una fuerza superior que obra en ella, que la aplica a tal acción, y que la inclina a tal movimiento. Hasta la menor agitación del dedo pequeño le hace palpable al hombre que reflexiona la acción de Dios sobre las criaturas, y cubre de confusión (si es verdad que los hay) a todos los ateistas.

A proporción que nuestro corazón se comprime o se dilata, prueba la operación de una Sabiduría infinita, que nos conserva, sacándonos incesantemente de la nada, en la que siempre estamos prontos a caer.

Cada ver que yo despierto me miro a mí mismo, no sin asombro, y creo que en aquel mismo instante acabo de nacer de nuevo, y entrar en un nuevo mundo. Entonces la impresión del Criador eterno me llena de reconocimiento.

* * *

"LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo (1719-1802),

"La conversation avec soi-même" escrito en 1753,  "Conversations with Myself" 
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,

DESCARGA DEL LIBRO:  https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf

José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay en la Quinta de Ibiray.

 

 

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email