¿Yo, apróstata?

Columnistas06 de septiembre de 2024 Bernardo Borkenztain
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No, no se trata de un error. Es más bien mi interpretación/homenaje de un término acuñado por el talentoso Darwin Desbocatti en su columna cotidiana, que una vez más encapsula con un solo concepto un tema conflictivo de la realidad actual. 

Para empezar, definamos, junto con el maestro Desbocatti, el término “aprostasía” como la condición de aquellos que estamos demasiado arraigados en la realidad material o que somos demasiado mayores para aceptar una realidad donde el principio de no contradicción no tiene validez y todos los estados se superponen como si viviéramos en un mundo cuántico.

Me resisto a dar ejemplos con gatos. Es decir, por un lado, tenemos individuos que viven sus vidas desde la realidad líquida del litio que hace brillar sus pantallas, y como el mayor esfuerzo que les requiere defender sus opiniones es flectar un pulgar, las redes sociales se han vuelto un sucedáneo del circo máximo romano, en el
que la turba pedía a gritos la muerte del gladiador vencido solamente por la crueldad cobarde de su propia impunidad.

Por el otro, tenemos las corporaciones que instrumentalizan a esas mismas personas y diseñan los algoritmos que dirigen esas mismas redes en la dirección de la violencia y el conflicto. El efecto se conoce de sobra y sin embargo no hay manera de resistirse como sociedad: X estimula el conflicto, Instagram el narcisismo, Tik Tok la fantasía de enriquecerse sin esfuerzo, Facebook la de ser Roberto Carlos (y de tener la misma edad si está en esa red) y así sucesivamente.

Lo que no cambia es que quienes no pueden abstraerse de la mecánica del funcionamiento de los algoritmos caen en una forma de razonar que a los apróstatas se nos empieza a hacer difícil de digerir, por no decir imposible, pero eso precisa alguna explicación.

Yendo a fondo
Hay al menos cinco conceptos que requieren ser considerados para explicar por qué los apróstatas nos estamos sintiendo un poco entre zombis, y esos son: el mecanismo de respuesta variable, el filtro burbuja, el síndrome FOMO, el reflejo de lucha o huida y la consecuencia del deseo mimético del mecanismo del chivo expiatorio.

Ninguno de ellos es una novedad, pero ponerlos a los cuatro juntos no es frecuente, y es que las ocurrencias espontáneas de Desbocatti y su secuaz Ricardo Leiva son más complejas de desarrollar de lo que parecen. Y vaya que valen la pena.

Por un lado, el sistema de recompensa variable se refiere a un sistema de recompensas neurológico que no es constante, sino que varía en frecuencia y cantidad. Este concepto fue investigado por el psicólogo BF Skinner, quien observó que las recompensas otorgadas de manera impredecible y variable generan una respuesta más intensa y duradera en el comportamiento.

En términos neurobiológicos, el sistema de recompensa variable está relacionado con la liberación de dopamina en el cerebro, un neurotransmisor crucial para la motivación y el placer. Cuando una acción es seguida por una recompensa, el cerebro registra esa sensación placentera y es más probable que repita la acción en busca de más recompensas. Si la recompensa es variable, el comportamiento se vuelve más resistente a desaparecer, es decir, persiste incluso cuando la recompensa ya no está presente: se torna obsesivo.


Este mecanismo es fundamental para comprender ciertos tipos de adicciones, como las asociadas con los juegos de azar o el uso de redes sociales, donde las recompensas (como ganar dinero o recibir “likes”) no son siempre constantes, pero la posibilidad de obtenerlas mantiene a la persona comprometida con la actividad. En suma: es la razón por la que nos enganchamos a seguir un tiempo demasiado largo deslizándonos por las redes sin siquiera ver nada pero a la caza de un “like” que nos dé una dosis de dopamina. Nada nuevo ni original, insistimos.

En las plataformas de redes sociales, los algoritmos personalizan nuestra experiencia mostrando contenido basado en nuestras interacciones anteriores. Esto nos expone principalmente a lo que ya nos gusta, fortaleciendo nuestras creencias y limitando nuestra exposición a nuevas ideas.

Este fenómeno, llamado “filtro burbuja”, puede aumentar la polarización y la difusión de información errónea al mantenernos encerrados en un eco de nuestras propias opiniones. Además, la falta de tolerancia hacia  opiniones divergentes en las redes sociales puede llevar al bloqueo o cancelación de otras personas, reflejando una división y obstaculizando el diálogo.

Estas actitudes generan temor a expresarse y obstaculizan la comprensión mutua. La diversidad de pensamiento es esencial, y para mantener una sociedad saludable debemos fomentar la empatía y el diálogo, reconociendo que el desacuerdo es valioso para las interacciones humanas.

Sin embargo, el impulso hacia obtener “likes” de manera compulsiva, debido al efecto adictivo de la recompensa variable, nos lleva a buscar validaciones positivas constantemente. No obstante, el filtro burbuja limita nuestra exposición sólo a contenidos afines a nuestras creencias existentes, lo que impide que nos acostumbremos a confrontar opiniones divergentes. Esto resulta en que el usuario promedio carezca de práctica para evaluar perspectivas diferentes y reaccione con agresividad ante lo desconocido percibido como una amenaza por no generar satisfacción inmediata. 

Lamentablemente, el temor a perder la sensación de felicidad (dosis de dopamina) al ser rechazado (cancelado) hace que las personas vivan con miedo en sus interacciones, convirtiendo las redes en un ambiente parecido a un estado autoritario como se describe en la novela 1984. 

El fenómeno FOMO (*), o “miedo a perderse algo”, es una ansiedad social que surge de la preocupación por no participar en experiencias gratificantes en las que otros están involucrados.

Las personas que sufren de FOMO sienten la necesidad de estar constantemente conectadas a las redes sociales para no perderse eventos, interacciones o noticias. 

Quienes lo padecen pueden experimentar una compulsión por revisar sus redes sociales con frecuencia, temiendo perderse eventos importantes, interacciones significativas o noticias relevantes. Esta conducta puede generar una dependencia psicológica del mundo virtual, lo cual puede provocar ansiedad cuando no es posible estar conectado.

La dopamina juega un papel fundamental en la relación entre el FOMO y el sistema de recompensa del cerebro. La naturaleza cambiante de las recompensas en las plataformas digitales también se relaciona con este síndrome, ya que opera bajo los mismos principios, generando un ciclo continuo de búsqueda de dopamina que contribuye al desarrollo de adicciones a las redes sociales y a la ansiedad asociada.

Vivir con FOMO puede acarrear consecuencias serias como ansiedad, depresión y una sensación generalizada de insatisfacción. Sumemos esto al efecto anterior y entonces la sensación de fragilidad de algunas personas es tal que viven permanentemente bajo los efectos del reflejo o instinto de lucha o huida.

(*) FOMO (del inglés fear of missing out, «temor a dejar pasar» o «temor a perderse algo»)​

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