LA "Natividad Cristiana" PARTE 4: 28 de diciembre "Día de los Inocentes" y la huida de José, Maria y Jesús a Egipto
De la mano del historiador Bíblico Daniel Rops, erudito en la historia del cristianismo, repasamos el significado del "Día de los Inocentes", que se recuerda los 28 de diciembre, con bromas o chanzas, cuando su verdadero origen es el triste episodio de La Natividad, en la llamada "Degollación de los Inocentes" por el Rey Herodes.
Religión y Filosofía28 de diciembre de 2024Pablo ThomassetLA CÓLERA DE HERODES
"Había en Judea otro hombre a quien esta visita de los Reyes Magos interesaba tanto como a José y a María, pero de otro modo; era Herodes, el propio amo del país, el viejo déspota que, enfermo por aquellos días y obsesionado por el terror de la muerte, de día en día más amenazadora, no por ello dejaba de continuar defendiendo sus prerrogativas de reyezuelo, con la misma pasión que siempre puso en ello.
Cuando los visitantes de Oriente llegaron a su ciudad y se enteró de lo que buscaban, sobrecogióle una profunda turbación. Él fué quien, tras haber escuchado opiniones competentes, aconsejó a los Magos que fuesen a Belén, invitándoles a que, una vez hubiesen descubierto al Niño, regresaran para advertírselo, pues también él quería adorarle.
Pero los Magos, hecha su visita, regresaron por otro camino sin volver al palacio herodiano, pues así se lo ordenó un sueño.
Era lo prudente, pues Herodes jamás retrocedía ante los medios categóricos para cerrar el camino a quienquiera le pareciese capaz de hacerle sombra.
Aquel beduíno, de sangre mezclada, tenía para la crueldad un gusto de artista. Ahogó con sus propias manos a su cuñado, el encantador Aristóbulo, aquel pegueño Sumo Sacerdote de diecisiete años, demasiado popular para su gusto.
Y luego, uno a uno, perecieron por orden suya su otro cuñado José, el octogenario Rey Hircán II, la altiva asmonea Mariamme, a pesar de ser su esposa amadísima, y sus propios hijos Aristóbulo y Alejandro. Y con un pie en la sepultura, aun acechaba otra victima, a su tercer hijo, Antipater, a quien hizo decapitar la víspera de su muerte.
Todo su reinado (desde el año 40 al 4 antes de J. C.) estuvo señalado por oleadas de sangre. Las ejecuciones en masa no le repugnaron más que los asesinatos individuales, y así cuarenta jóvenes fueron quemados como antorchas vivas por haber derribado el Águila dorada, deshonroso ídolo que el tirano quiso colocar en la fachada del Templo; y en su frenética agonía, aun ordenó la matanza de todos los principales personajes de la comunidad judía, «con el fin de tener cuando menos unas lágrimas sobre su tumba».*
«Entonces Herodes, al verse burlado por los Magos, enfurecióse en extremo y mandó matar a todos los niños que había en Belén y en todos sus contornos, de dos años para abajo, según el tiempo exacto que había averiguado por los Magos» (San Mateo, II, 16).
Esta «Degollación de los Inocentes», según la fórmula consagrada, no parece del todo incompatible con lo que sabemos del carácter de Herodes.
Puede ser que a los antiguos les pareciese menos horrible que a nosotros: Suetonio se hizo eco de un rumor según el cual, poco antes del nacimiento de Augusto, advertido el Senado Romano por un presagio de que iba a venir al mundo un niño que reinaría sobre Roma, decretó una matanza totalmente análoga.
La cifra de los asesinatos cometidos con los recién nacidos de Belén no parece haber sido muy considerable. La aldea debía contar entonces unas dos mil almas.
Si se admite que cada año nacen alrededor de treinta niños por millar de habitantes, y si se tiene en cuenta su reparto entre ambos sexos (pues sólo los varones caían dentro de la regia orden) y la mortalidad normal, puede llegarse a una cifra de unos veinticinco.
La Iglesia venera a estas pequeñas víctimas que pagaron con su vida la salvación del Mesías y, en la liturgia que les consagra, los muestra con sus palmas y sus coronas de mártires recién nacidos.
Pues, milagrosamente, Jesús se salvó.
Un Ángel del Señor se apareció a José y le dijo: «Levántate, coge al Niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, pues Herodes va a buscar al Niño para hacerlo perecer» (San Mateo, II, 13).
Desde que Jerusalén fué arrasada por Nabucodonosor, había muchos judíos en tierras del Nilo; su colonia no había cesado de incrementarse cuando Palestina se convirtió en provincia helenística. Eran casi un millón. Incluso habían construido un templo en Leontópolis, que proclamaban rival del de Sión.
Pero la mayoría permanecían fieles y en constante relación con sus hermanos de Palestina: y así, en Alejandría, en donde constituían las dos quintas partes de la población, sus sabios, según -se contaba, habían traducido sus libros sagrados para la biblioteca del Faraón Ptolomeo II, traducción que llamábase «la de los Setenta».
Era, pues, bastante normal que, al querer huir, José se dirigiera hacia esa tierra hospitalaria.
El matrimonio partió, por tanto, con el Niño. Un asno llevaba toda la fortuna y toda la esperanza de aquella pobre gente, un asno, un buen animal incansable al que no desanimaban unas etapas de cuarenta kilómetros. Siguieron, sin duda, la pista de caravanas que se mantiene lo menos lejos posible de la costa, pues el interior del país es espantoso: es un océano de arena donde no se ve el más pequeño vegetal, mientras que las orillas, en desquite, tienen, sí, algo de estepa, pero pedregosa y rizada de achaparrados matorrales.
A los ejércitos que tuvieron que atravesar esos lugares hostiles, siempre costóles mucho esfuerzo; así, el de Gabinio, en el año 55 antes de J. C., el de Tito, en el año 70 después de J, C., y por último, el de Lord Allenby, en 1918, durante su ataque contra Palestina.
Los redactores del Evangelio apócrifo de la Infancia, conmovidos por la penosa suerte del pobre trío en ese viaje, contaron dos encantadoras fábulas.
En una, vemos a la Virgen María sentada al pie de una palmera de la cual desea comer algunos frutos; pero como resultan inaccesibles, el Niño Jesús ordena inclinarse al árbol y, para recompensarlo por su obediencia, le anuncia que un Ángel se llevará al Paraíso una de sus ramas para plantarla allí con el fin de que, de ahora en adelante, las palmas sirvan a los Bienaventurados para alabar a Dios: la escena está evocada en la cerca del coro de Nuestra Señora de París y en las vidrieras de Lyon y de Tours.
En la otra, José y María son avituallados por dos bandidos que se compadecen de su miseria; uno de esos caritativos bandidos será el buen ladrón al que Jesús, en la Cruz, prometerá el Paraiso; un esmalte lemosín del museo de Cluny muestra la escena.
En cuanto a la misma permanencia en Egipto, nada se sabe de ella.
En una cripta del viejo Cairo, en pleno arrabal copto, se venera, según parece, desde remota antigüedad, un lugar en donde habría permanecido la Sagrada Familia.
A diez kilómetros de El Cairo, en Matarieh, un sicómoro pasa por ser aquel bajo el cual le gustaba sentarse a María; es un árbol viejo, pero a pesar de las verjas que le protegen de la piedad excesiva, es muy dudoso que tenga dos mil años.
Naturalmente, los evangelios apócrifos saben bastante más que eso y nos cuentan que, en el instante en que Jesús entró en el templo de Heliópolis, se desplomaron los ídolos de los 365 dioses que allí había, al ver lo cual el Gobernador Afrodisio, el Centurión de la plaza y sus hombres se convirtieron al Cristianismo.
El célebre mosaico del arco triunfal de Santa María la Mayor, en Roma, muestra este prodigio; y en una vidriera de Mans, la estatua que se desploma (para marcar mejor el símbolo) tiene la cabeza de oro, el pecho de plata, el vientre de cobre, las piernas de hierro y los pies de arcilla, según la profética descripción que Daniel dió de los ídolos que simbolizan las potencias de la tierra destinadas a la destrucción (Daniel, II, 31, 35).
En todo caso, esa permanencia no debió ser muy larga, pues San Mateo nos dice que, advertido José, por el Ángel, de la muerte de Herodes, trajo a Palestina a María y a Jesús, pero al enterarse de que Arquelao había substituído a su padre, no se atrevió a quedarse en Judea y regresó a Galilea.
Prudente precaución, pues Arquelao era casi tan feroz como su predecesor, como lo prueba el haber inaugurado su reinado con la matanza de tres mil judíos. Herodes murió en marzo o abril del año 750 de Roma, y Arquelao le sucedió inmediatamente. La ejecución de los tres mil rebeldes ocurrió absolutamente al comienzo de su reinado.
Luego, Jesús, nacido sin duda en 749 o 748 de la Era romana, debía tener entre ocho y dieciocho meses cuando sus padres volvieron al país natal."
FUENTES: "JESUS EN SU TIEMPO", 1953, Daniel Rops (Henri Petiot, 1901-1965)
LA "Natividad Cristiana", PARTE 3: EN BELEN
El historiador Bíblico Daniel Rops, erudito en la historia del cristianismo, nos describe como debió ser realmente la Navidad, el humilde nacimiento del niño Jesús, máxima expresión de fe y amor divino en el hombre.
DESBASTANDO DOGMAS: “Teme a Dios por sobre todas las cosas”, falso.
LA "Natividad Cristiana", PARTE 2: LA VIRGEN MADRE
La Navidad la mas popular y difundida de las celebraciones de la fe cristiana, explicada en hechos historicos y su simbolismo, por el olvidado historiador Bíblico Daniel Rops, basado en textos bíblicos y los denominados apócrifos, sin esconder detalles poco conocidos, y que hacen de la Navidad una celebración "humana", celebrar la vida.
Poema de Gabriela Mistral, tal vez sea uno de los que mejor reflejan el espíritu de Navidad. Premio Nobel de literatura 1945.
PATRIMONIO EN UNA CANCION ESCOLAR: Ay, qué linda es mi tierra! de Rosa Falco de los Santos
"El Folklore que por definición es la ciencia que estudia los saberes populares, eso que lleva el hombre, no recibido por vía institucional, sino que por la vía de la tradición, nos hace conocernos, justamente, a nosotros mismos, y Vds. saben muy bien que conocerse a sí mismo es comenzar a mejorarse... " - Profesor Lauro Ayestaran -