
José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo TERCERO - Parte 2 de 5, Marques de Caracciolo 1753
"La abundancia de palabras no deja satisfecha el alma. Una vida virtuosa es lo que otorga tranquilidad de corazón y un conciencia limpia lo que depara gran confianza en Dios." - Tomás H. de Kempis en "Imitación de Cristo"-
Religión y Filosofía06 de octubre de 2023
José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo TERCERO - Parte 2 de 5
Todos tenemos una geometría natural, dice el gran Bossuet, que no es otra cosa que una ciencia de proporciones y combinaciones. El punto consiste en aplicarnos a ella y tomar lecciones de nuestra alma, a quien debemos preferir a cualquier otro preceptor.
El que no conversa con ella se hace traidor a si mismo: se priva de una multitud de conocimientos que adornarían su entendimiento o reformaría su entendimiento o reformaría sus costumbres. Las semillas de verdad y de virtud que se hallan en nuestro interior se asemejan a las de las plantas y las flores: éstas no echan sólidas raíces sino en cuanto han estado sepultadas algún tiempo.
El mundo, aunque tan viejo, sin el auxilio de esta conversación interior estaría aun en su infancia: no habría producido aquellos genios criadores que lo produjeron todo de si mismo, y nada tomaron prestado de otros: no nos ofrecería aun sino palabras, etimologías, fechas, hechos, cuestiones vanas y especulaciones infructuosas, y los hombres, lo mismo que estatúas o ecos, no podrían citarnos sino épocas, ni repetir sino o que habían oído.
La imaginación, la brillante porción de nosotros mismos, que saca de la nada innumerables mundos nuevos, se hubiera extinguido sumergida en un montón de compilaciones insulsas.
Seducidos de nuestros propios sentidos hubiéramos tomado el disfraz de la naturaleza por la naturaleza misma, y habríamos fundado toda nuestra filosofía sobre la fe de un embustero o de un ignorante.
Pero quiere Dios que haya una ciencia mucho mas útil para el hombre; ciencia que le impide el compararse si bruto o igualarse a Dios; ciencia que nos hace sentir la violencia de las pasiones que nos humillan y abaten, y la sublimidad de la razón que nos ensalza.
El alma ilustrada con los rayos de la divinidad nos conduce a este conocimiento: ¡dichosa situación, en la que uno se estudia a si mismo mucho mejor que las costumbre de las naciones, y en la que no se combaten los sistemas del espíritu sino después de haber arreglado las inclinaciones del corazón!
Esta es la ciencia con la que se adquiere el grande arte de obedecer cuando uno es esclavo, de reinar cuando es rey, y el arte en fin de conocerse.
San Agustín tenia tan alta idea de esta ciencia, que la preconizaba como el mayor y aun todo el mérito del hombre. Sin duda alguna podía hablar de ella mejor que otro, aquel que se pintó a los ojos del universo tan naturalmente como se conocía.
Había aprendido como nos lo enseña, que por mas que ahuequemos nuestros conceptos no producimos sino átomos a precio de la realidad de las cosas, que lo que vemos en el mundo no es mas que un rasgo imperceptible en el dilatado ámbito de la naturaleza, que el corto espacio que ocupamos (en otro espacio que en sí mismo es infinitamente pequeño) debe humillar a nuestro orgullo, y que el hombre mas agigantado no es mas que un punto mirado desde cierta distancia.
Todas estas ideas se escapan del conocimiento del hombre porque no se familiariza consigo mismo. El mayor número de los hombres se refieren a los sentidos, y consultan solo al mundo, y ve aquí el origen de sus desgracias.
¿El mundo alaba otra cosa que lo que merece desprecio?
Nicole, moralista por excelencia, llama, y con razón, al mundo predicador perpetuo de la mentira y vanidad, y aun creo que no ha dicho bastante.
El mundo, haciéndonos halagos, se declara nuestro mayor enemigo: parece que su profesión es establecer el imperio de los cuerpos sobre las ruinas de los espíritus, y que hecho un pacto solemne de usurparle al alma todo del derecho que tiene de ilustrarnos y dirigirnos.
El alma nos advierte que meditemos, y el mundo nos aconseja que nos distraigamos; el alma nos arrebata de la materia y aun de nuestros sentidos, y el mundo nos hace sus esclavos.
Una de las mayores utilidades y provechos de la Conversación Consigo mismo es librarnos de tantas inconsecuencias, que forman el tejido de nuestra vida, y que nos hacen verdaderamente ridículos.
¡Oh cuantas contradicciones hay en nuestras costumbres y en nuestra fe!
Adoramos por ejemplo un Dios que se humilló hasta querer nacer en un pesebre, y vivir pobre hasta no tener lugar alguno donde recostar la cabeza, y nosotros queremos habitar en palacios, poseer tesoros y gozar de todos los gustos.
Nosotros vamos en pomposos equipajes magníficamente galoneados a postrarnos delante de la imagen de algún Santo, que pasó toda la vida bien lejos de los espectáculos y asambleas mundanas, que solo vistió una miserable túnica, y que en fin vivió de tal modo en este mundo, que nos habríamos avergonzando de su compañía y le habríamos despreciado como un original ridículo o como una persona de los mas ínfimo del pueblo.
¡Que contradicción!
En medio de este trastorno, ¿Qué hace el hombre que reflexiona?
aprende en su conversación interior a conciliar sus acciones con sus pensamientos y a vivir consecuentemente: reconoce que es burlarse de la religión cuando tiene la osadía de sujetarse a sus inclinaciones y al gusto del siglo: tiene particular cuidado de recogerse en sí mismo y huir con precaución las compañías peligrosas: no entra en el mundo sino temblando, y retrocede aceleradamente a buscar dentro de sí las verdades que parece se han perdido en el resto de los hombres, y hace de su meditación sus mayores delicias, cubriéndose con su propia virtud, digna de preferirse al mando o purpura de los reyes.
Vive como quien a abandonado el universo a las revoluciones de la suerte, mas contento de habitar consigo mismo, que con vecinos por lo regular inquietos y peligrosos.
Este recogimiento le libra de un yugo abrumador, y le coloca en el verdadero punto de vista que conviene para observar los objetos.
Entonces ya no le ofrecen las historias ciudades destruidas, tronos trastornados, pueblos exterminados, ni héroes sepultados en la nada de donde salieron. Entonces las poesías del mayor número de los modernos y aun de los antiguos, no le parecen sino unos lucidos juguetes de las pasiones y un montón pomposo de insulseces, o cuando mas locas vanidades.
Desde el atrincheramiento que él se ha formado a si mismo recoge el precioso rayo de luz que sale de su entendimiento.
Los objetos se le manifiestan tales como son, el mundo entero como un punto, los siglos como instantes, y los placeres como sombra.
Del propio modo que vemos todos los días una confusión de átomos que revolotean alrededor de aquellas columnas de luz que forma la refracción del sol, y luego se reducen a nada.
* * *
"LA CONVERSACION CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo, 1753
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,
DESCARGA DEL LIBRO: https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf
José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay.

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