José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo VI - Parte 3 de 3

Religión y Filosofía05 de enero de 2024Pablo ThomassetPablo Thomasset
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José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo VI - Parte 3 de 3

¡Oh dichosos todos aquellos que han sabido dar a su alma la preferencia sobre cualquiera otro confidente, y que saben gozar de las delicias de su conversación! 

No hay lágrimas que ella no nos enjugue, nubes que no disipe, ni socorros que no invente: ella nos hace sentir, hasta en nuestros mismo pesares, un placer secreto para confortarnos, y un placer que contrapesa el esfuerzo del dolor. 

Desterremos de nosotros el amor a las bagatelas, y luego veremos que eclipsa nuestra alma esos fingidos honores que con tanta ansia solicitamos, y que son otros tantos robos hechos a su propia sustancia.

¡Cuantos amigos hay a quienes vivamente nos adherimos, que solo serían dignos del mayor desprecio, si fueran transparentes sus corazones!

Reina en el mundo una hipocresía universal: caso los mas hacen cuanto pueden para que diga la lengua lo que no siente el corazón: de modo que no se puede distinguir el hombre sincero del impostor.

¿Se permitirá por ventura el alma a estos pesares y sospechas?

No podemos ignorar lo que ella piensa: todos conocemos sus mas íntimas relaciones, y sus inclinaciones las mas secretas.

¿Pues por qué el mayor número de los hombres no aman a su alma?

porque no estiman los talentos, ni las virtudes. Ellos se arrojan fuera de sí, y aprecian viles objetos que tienen el secreto de desalumbrar sus ojos. 

Un hombre rico oculta su mal corazón bajo de un brillante montón de galones dorados, tapicerías, espejos y otras alhajas: sus defectos se confunden en la profundidad de una magnífica galería; ya no se ve en el sino el soberbio equipaje que le arrastra, los lacayos que le acompañan, y el grande pero engañoso obsequio que goza: 

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el pobre al contrario, se deja ver sobre la tierra al parecer desnudo de todas las virtudes: la soledad que va con él, y el aire lúgubre que le rodea, encubre todo su mérito, y así es depreciado y desatendido cuando el rico aparece una deidad a quien se aplaude y se inciensa.

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¿Hasta cuando hombres ingratos habéis de serviros de la facultad de amar, que debéis a vuestra alma para apreciar solo frusterías y quimeras?

¿Hasta cuando habéis de sacrificar vuestros afectos y pensamientos a un metal hijo de la tierra, sujeto al orín y a a carcoma?

Aprended del verdadero filósofo que conversa consigo mismo, a abstraer esos mármoles y pórfidos que circundad al hombre soberbio para no mirar en él sino los sentimientos que le animan.

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Vuestra alma, si amaís la elevación, os ensalzará mucho mas arriba que esos vanos palacios que os encantan y os embelesan; ella os llevará hasta el medio de la estrellas, desde donde veréis todo el mundo como un pequeño grano de arena que se prendió a  vuestros pies.

Si el nacimiento os deslumbra, ¿Dónde hallareis uno mas ilustre que el origen de vuestro espíritu, de quien el mismo Dios fue el principio, así como es su fín?

¡Oh cuantos motivos para amar nuestro propio conocimiento!

¿Y que estos motivos no son bastante poderosos?  Nuestros propios intereses que se agregan a todo esto deben determinarnos no se puede obrar, como tampoco amar, sin buscarse a sí mismo.

El quietismo no es mas que una preciosa quimera hija de las travesuras de la imaginación, a quien arruinan las propensiones del corazón: sus panegiristas los mas sutiles y refinados, miraban se estado especulativo como una recompensa, en el mismo instante que afectaban despreciar todo galardón. 

Hay un cierto interés que adopta con gusto la misma generosidad, y es aquel que se halla en respetar el alma y amarla; y bien lejos de ser esto un defecto, no puede deja de ser una verdadera virtud.

¿Deberé yo mostrarme frio o indiferente respecto de lo que infaliblemente ha de hacer mi felicidad a mi desventura? No temamos a os que pueden ofender a los cuerpos; pero sí a los que pueden hacer daño a la alma: la Sabiduría eterna cuando menos ha dicho con estas admirables palabras: 

¿de que nos servirá haber ganado el universo entero, si perdemos el alma?

* * *

"LA CONVERSACION CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo (1719-1802),

"La conversation avec soi-même" escrito en 1753,  "Conversations with Myself" 
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,

DESCARGA DEL LIBRO:  https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf

José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay en la Quinta de Ibiray.

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