José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo XI - Parte 4 de 4

Religión y Filosofía 31 de mayo de 2024 Pablo Thomasset Pablo Thomasset
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José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO":  Capítulo XI - Parte 4 de 4

Si estuviéramos mas desprendidos de la materia, procediendo de buena fé, ¿podríamos jamas pensar que seria decoroso a la grandeza del Ser Supremo, haber reservado al alma una inmortalidad para hacerla volver al mundo a romper muebles, cerrar y abrir puertas, correr cortinas, y por último hacer cosas que en el mas infeliz viviente se tendrían por locura?
Eh! ¿los hombres no se devoran y destruyen bastantes unos a otros sin que también hayan de ser atormentados por difuntos aparecidos?

¿Que es el comercio de los hombres tan agradable, para que unos puros espíritus no puedan estar sin ellos?
Dígase que amamos excesivamente las cosas sensibles, y así no queremos que un espíritu  exista sin su cuerpo, cuando ya no le tiene, y se despojó de él.

No necesitamos figuras y sombras, pues de otro modo nos inclinaríamos a creer que había una cierta correspondencia de pensamientos, y comunicación de ideas entre nosotros y los muertos.
¿No son los delineamentos del rostro el sonido de la voz, y en fin un comercio corporal, el que echamos menos en nuestros amigos ya difuntos?
Yo bien me temo que el comercio con su alma es el que menos nos ocupa.

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¿Por que las gentes del campo se persuaden mas fácilmente que han visto lobos aulladores, sino porque siempre ocupados en la custodia y defensa de los animales, que siempre tienen a la vista, conservan mas viva impresión de ellos en el cerebro?
Si viviéramos entre gigantes, creeríamos que los muertos se aparecían en forma de gigantes.

Todas nuestras visiones hacen progresos a proporción de las preocupaciones que hemos recibido, y de los objetos que miramos.
Puede ser que el Vampirismo no se haya acreditado tanto en la Hungría, sino por un esfuerzo vehemente de la imaginación y de los sentidos.
Este ha sabido persuadir a innumerables hombres que los muertos salían de cuando en cuando de sus sepulcros, y venían a chupar la sangre de los vivientes.

¿Cuantas pruebas se han alegado en testimonio de este prodigio ya explicado físicamente, y ya teológicamente?
Pero lo cierto es, que todos estamos dispuestos para favorecer la mentira. 

A puro escuchar el lenguaje de los cuerpos, todos en fin se determinan a formar juicios sobre lo que ellos relata, con tanta seguridad como si fueran infalibles. De aquí resulta el espíritu de probabilidad tan funesto entre los doctos: de aquí dimanan tantas verdades confundidas con los errores;
de aquí provienen aquellas injusticias tan contrarias a la razón que nos precipitan en dudas formidables.

¿Se ha tomado sin examen la defensa de un malvado? Es preciso sostenerla.
¿Se ha condenado a un inocente? no se debe retroceder.

¿Nos ha disgustado el autor de un libro? pues su obra, aunque sea admirable, es preciso que nos disguste.
¿Se ha abrazado una secta contra toda razón? pues se ha de seguir hasta el último aliento.

Aun en el mas sabio se notan tristes vestigios de estas infelices preocupaciones. Parece que los sentidos, deseosos de reducirla, se vengan sobre su espíritu, porque sus placeres no han hecho impresión en su cuerpo, y ve aquí de donde nace la gran dificultad de hacer que un hombre preciado de devoto se desimpresione de su preocupación.

Podemos decir, generalmente hablando, que el origen de otros estos males asciende muchas veces hasta nuestros mas inmediatos parientes.

Yo veo desterrado un hijo por su propia madre de la casa en que nació: menos dichoso que un animal domestico al que queremos criar nosotros mismos, va a ser presa de una aldeana mercenaria y grosera, de quien compra bien cara la leche y las preocupaciones.

No volverá este infeliz niño a su casa sino con la cabeza llena de cuentos los mas extravagantes.
Estas primeras impresiones se extienden, se fortalecen, y ve ahí desde entonces salir al gran teatro del mundo un nuevo amigo de los sentidos.

Las preocupaciones adquieren cada día nuestros discípulos. 
La primera edad no están indiferente como se cree. Todos recibimos fácilmente las ideas de las personas que nos mantienen con su propia sustancia, y participamos de sus inclinaciones y preocupaciones, del propio modo que de su sangre que se hace nuestra.

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¿No es cosa bien lastimosa el ver con cuanta aceleración se le da una crianza absolutamente sensual a los niños?

¿Se les dice jamas que admiren su alma, y se les hace a lo menos traslucir los socorros, y la excelencia de un ser racional?

Acordaos que descendéis de tal y tal sujeto, que mañana poseeréis grandes riquezas, y llegareis a grandes honores; este es el primer idioma que se les enseña.
La inmortalidad de su espíritu, y la comunicación íntima que debe tener con Dios, no les parece que son objetos bastante importantes.

Casi todos los que han escrito mejor de la educación, no han reflexionado sino en recompensas o castigos sensibles, y de este modo no hacen de los niños sino unos esclavos de los sentidos.
Y así el mayor número de los cuidados de educación comienzan estableciendo la pequeña felicidad sobre un bello vestido, sobre un embeleco, sobre una flor, y sobre una fruta. 

Un maestro ilustrado astutamente debe apartar la vista de su discípulo de los entes corpóreos, y aplicarle cuanto antes a que ponga atentamente la mira en objetos espirituales. Es preciso que le repita frecuentemente que la figura de este mundo es pasajera y de corta duración, que nada hay grande en el mundo sino nuestra alma: es muy necesario que le pinte vivamente la infelicidad de un hombre que solo piensa en fruslerías o bagatelas, y que se encierra todo entero en los límites de esta vida miserable.

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Ya no debe admirarnos si tantos hombres hacen también corporal su espíritu. 

El hábito que contraen casi al nacer de no estimar, ni aficionarse sino a la materia, los conduce hasta este exceso. Aquí, sin duda, venía buen el examinar si la educación particular es preferible a la educación pública; pero dejaremos esta cuestión indecisa, para decir solamente que todo padre debe trabajar por si mismo en formar el corazón y el espíritu de su hijo. Hay sin duda aquí mas relación por esta parte, que por la de un extraño, que por lo común solo trabaja por el interés.

Ciertamente nada es tan peligroso, como no cuidar mucho de las costrumbres de la  juventud; pero es preciso advertir al mismo tiempo, que esta vigilancia no se muestre demasiado en lo exterior: esto haría sospechar a los niños un mal, que acaso no pensarían ellos.

Malebranche quiso hacer ver en Dios todas las cosas, y hay algunos preceptores que todo lo hacen ver en el diablo. Considérese que extraña contradicción.

Una cierta facilidad, que se debe llamar libertad del espíritu, es la situación mas favorable para los jóvenes. Hablo de una libertad que los eleva sobre sus estudios, y les representa a sus preceptores, no como verdugos, sino como unos buenos amigos, y que los llevan al bien con gusto, y no con áspera sujeción.

De nueve o diez años todos destinados al estudio del latín, y de una filosofía, que por lo común solo enseña palabras,

¿no se podrán ahorrar algunos ratos para el estudio de si mismo?

No se trata ahora de que se entreguen los muchachos a especulaciones de no son capaces; basta precaverlos contra el abuso de los sentidos, y enseñarles a sacar alguna cosa de su propio caudal.

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No dudo que habrá alguno que diga no es permitido a un muchacho pensar si no tiene en las manos a Virgilio o  Ciceron.

Son ordinariamente las respuestas que dan a quien les pregunta, sacadas de estos autores, como si la primera edad no fuera capaz de prontitudes y preguntas. Este modo de criar la juventud la acostumbra a no reflexionar, y a perder de vista el alma, por no emplearse sino en producciones ajenas, y esta, sin duda, es una grande desgracia, pues se siente sofocado el espíritu, casi en el mismo instante de nacer.

Sale un joven del colegio, en donde ha empleado diez años en aprender una lengua muerta [el latín], y en la que todavía tartamudea, sin tener la mas leve noticia de su cuerpo, ni de su alma;  ¿no se reformarán en un siglo tan ilustrado como el nuestro los elementos de la filosofía?

No habiendo dependido la primera educación de nosotros, es menester a lo menos trabajar en corregir lo que pudo haber en ella defectuoso.

El verdadero medio es abstraer todo lo que se hubiere aprendido, para retirarnos a lo mas íntimo de nosotros mismos.

Allí, cerrando los ojos a todo lo que no sea nuestra razón, consultaremos silenciosamente esta guía ilustrada: veremos entre los conocimientos que tenemos, los que debemos retener, y los que es necesario dejar: conservaremos las ciencias, y despreciaremos las preocupaciones. Cuanto mas contraria nos parezca nuestra razón a las opiniones del mundo, entonces debemos creer que estamos en el camino de la verdad.

Este rumbo demasiadamente trillado parecerá impracticable a los que solo buscan los placeres los sentidos; pero está lleno de atractivos para los hombres, que solo estiman en si mismos la facultad de amar el bien, y conocer la verdad.

¿Quien no creería, al ver cada día tantos sistemas nuevos, que nunca los sentidos y preocupaciones tendrían menos autoridad?

Sin embargo síganse estos sistemas, y se verá que los unos no tienen certidumbre sino un medio siglo, y los otros un siglo entero cuando mas.

Mientras la novedad agrada, tiene algún séquito en las escuelas, y se hace respetar. Pero la verdad para quien todos hemos nacido, y á la que tarde o temprano hemos de restituirnos, recobra sus derechos, y disipa como humo el edificio que parecía inmortal. 

Un filósofo sistemático por lo común es peligroso: mas ocupado de sus propias ideas que de la razón, a quien hace doble a su gusto, toma por el iris lo que solo tiene los colores de una prisma.

Ya lo hemos visto, es preciso dejar los sistemas a un lado, y buscar la verdad en la verdad misma; pero esto no se acomoda bien con la vanidad.

Se da principio diciendo, yo pienso como Descartes, o como Locke, antes de mirar si estos autores pensaron bien, y se cree, que al abrigo de esos grandes nombres ninguno pueda errar; sin embargo es mucho mejor hallar la verdad, pasando por insensato a los ojos de la multitud, que tener reputación de sabio abrazando el error.

Yo no hallo ya el hombre en medio de precauciones y vanidades, lo mismo que entre papilotes, erizones y modas. El hombre que es hombre habita en su propio corazón, lejos de la mentira, y frente a frente de la verdad: este es su sitio y morada, y se hará enteramente despreciable, si tiene la osadía de buscar otra cosa.

* * *

"LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo (1719-1802),

"La conversation avec soi-même" escrito en 1753,  "Conversations with Myself" 
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,

DESCARGA DEL LIBRO:  https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf

José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay en la Quinta de Ibiray.

 

 

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