José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo XII - Parte 3 de 5

"La llegada del reino de Dios no esta sujeta a calculo, ni podrán decir: míralo aquí o allí; porque mirad, dentro de vosotros esta el reino de Dios." Lucas 17, 20-25

Religión y Filosofía 21 de junio de 2024 Pablo Thomasset Pablo Thomasset
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José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO":  Capítulo XII - Parte 3 de 5

No pretendemos dar a entender que la alma sea capaz de dar solución a todas las dudas y dificultades:  no le pertenece a una vida, mezclada de lo inteligible y de lo sensual, poder penetrarlo todo; porque si por una parte se eleva, por otra se abate; fuera de que es justo que el espíritu después de la muerte, halle verdades demasiado sublimes para que se comunicasen a los sentidos.  

Este mundo no puede ser sino una imagen muy imperfecta del que hemos de ver por toda una eternidad. Si entonces no lográramos mas que acá en el mundo, seria inútil el morir, y entonces nuestro espíritu no hallaría una felicidad digna de su fin, ni de su esperanza.

Basta que conozcamos que las miras del hombre deben someterse a las del Todopoderoso, y que la verdad esencial y primitiva debe tener por caudal propio suyo la justicia y todas las perfecciones.

Si entonces no podemos conciliar contradicciones aparentes, acusemos a nuestra flaqueza y debilidad, y ningún poder, pensando que para comprender a Dios es necesario ser el mismo Dios.

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Desde la primera reflexión que produce el alma, se nota la extravagancia de aquellos falsos filósofos, que estimaron mas decir que el mundo era eterno, que darle el honor de haberle criado un Ser independiente, como si no hubiera mas dificultad en lo primero, que en lo segundo.

Esto mismo sucede con los que niegan que una alma absolutamente espiritual pueda obrar sobre la materia cuando admiten un Dios puro espíritu, y motor soberano de un universo totalmente terreno.

Estas son unas contradicciones que por lo común no paran, o suspenden a los hombres, y que sin embargo son mucho mas fuertes que aquellas que advierten en el orden regulado del mundo.

El espíritu que medita las grandes verdades, y que conoce toda la pena que le cuesta el desprenderse de los sentidos y de las pasiones, y por último el restituirse a si mismo, no duda de la necesidad que tienen los hombres de una revelación.

Concibe por su propia experiencia, que aunque son carnales, y no entrando casi nunca en su interior, deben fuera de si, o exteriormente ver y palpar, digámoslo así, la ley que les instruye.

Fue preciso que el Verbo se hiciera sensible a los mortales, que ya solo preguntaban a sus sentidos, dice Malebranche, y que reconociesen un Dios en tres personas que, aunque infinito y absolutamente incomprensible en este modo, no lo es mas que otro. La infinidad ni la incomprensibilidad no pueden ser ni mas no menos grandes de cualquier  modo que se consideren.

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La sublevación que se ha causado en los hombres, y sobre todo en los grandes, la humillación aparente de un Dios que se hizo semejante a nosotros, no pudo tener otro principio que sus pasiones y sus sentidos.

Ellos juzgaron del Ser soberano como juzgarían de si mismos: porque el oro y los palacios les parecían objetos admirables, y creyeron que Dios había de juzgar del propio modo: ¡lastimoso raciocinio!

Nada era mas digno de la grandeza de aquel que no podía crecer en la elevación, y que veía como un grano de arena todas las cosas criadas que despreciar todo el esplendor de las riquezas, y de los honores mundanos, y dejárselos a los que son tan necios, que hallan su gusto y delicia en esas bellas quimeras.

Si el filósofo las desprecia, ¿que idea debe Dios tener a ellas?

Este sin duda era lugar oportuno de extendernos sobre la necesidad y verdad de una revelación, si autores célebres no nos hubieran ahorrado este trabajo. Nos contentaremos con enviar a nuestros lectores a las varias obras que tratan fundamentalmente esta materia.

Nuestro intento no es otro que dar a conocer que la conversación con nosotros mismos nos conduce a la conversación con Dios. El Ser soberano está tan íntimamente enlazado con nuestras almas, que podemos decir que Dios es el lugar de los espíritus, así como los espacios son, en un cierto sentido, el lugar de los cuerpos.

Ha sido necesaria toa la corrupción de nuestro corazón para robarnos la presencia del Ser infinito, en quien cada uno halla el movimiento y la vida. Apenas se deja ver la primera luz del día, cuando nuestros sentidos impacientes de volverse a juntar con las frivolidades que perdieron de vista durante la noche, se apresuran en arrojarnos en medio del tumulto de los placeres y negocios, y desde entonces nos arrastra un torbellino. 

Vuelve la noche y nos retiramos con la cabeza llena de las locuras y delirios que por el día nos ocuparon. De este modo se pasa la vida en una perpetua distracción y olvido de nosotros mismos, y por consiguiente Dios, de quien nos apartamos incesantemente; "longe peregrinamur a Domino".

¡Que útiles conclusiones se derivan de la conversación interior que el hombre tiene consigo !

Ya hemos visto como de grado en grado que el se eleva, y llega por fin hasta la eterna verdad: el la busca al principio en si mismo, en donde reside mas que en otras partes; después la contempla alrededor de sí, en innumerables objetos que la representan. ¡Que venturosa ocupación!

Entonces se halla el hombre como inmenso, y perdiendo de vista todo lo que se llama instante, se sumerge en la eternidad. Puede verse un compendio de esta sublime conversación al fin de las conversaciones de San Agustin: allí es donde este Padre tan superior al resto de los hombres suelta las alas de su vasto ingenio.

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Pregunta a las ciencias, a los cálculos, a los colores, a los sonidos, como otras tantas voces de la Divinidad. Forma por este admirable medio aquellos soliloquios, en los que el alma, trayendo al fondo de sí misma todo lo que le han dicho, o representando los sentidos, conversa con Dios, y lo tiene mas presente que a este mismo universo expuesto a sus ojos.

El abandono, digámonos así, que hacemos de los entes corpóreos para admirar mejor los espirituales, es aquella verdadera metafísica que debemos estudiar.

¿Hay cosa mas hermosa y estupenda que viajar por el mundo intelectual, y hallarse en compañía de todos los espíritus que viven ahora fuera de sus cuerpos, o con sus cuerpos?

Aquí es donde se aprende que hay dentro de nosotros un poder para elegir y juzgar, independientemente las sensaciones, y que este poder forma absolutamente la esencia de nuestro ser pensativo o pensador: aquí es donde no se mira ya a un hombre sin riquezas ni honores, como un vil objeto, sino como una alma íntimamente unida con Dios.

¿Es preciso que la atención de los mortales se agote sobre hermosuras verdaderamente corruptibles, y que no les quede algo para considerarlas que son incorruptibles?

Juntamos todos nuestros sentimientos de admiración en favor de una miserable pirámide, que habrá substituido dos mil años, y miramos con indiferencia y frialdad nuestra propia inmortalidad, y la de nuestros semejantes.

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Dios solo, centro de todos los espíritus, nos manda con el amor del  prójimo, que él mismo nos inspira, respetar otros como nosotros en todos los humanos: quiere que sus vivas imágenes reciban tributos de un homenaje relativo a él mismo.

Esta es la moral sublime que se agrega a la metafísica, y de donde se derivan tantos conocimientos y tantos preceptos, y así podemos decir con razón, que estas dos ciencias, que en algún modo entran una en otra, son la semilla de nuestras luces y virtudes.

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Las Matemáticas, aunque tan excelentes, solo se refieren a ángulos, cuadrados, círculos, líneas y puntos; la Física se limita a los cuatro elementos; la Medicina a los cuerpos; la Retórica a simples palabras; solo la esencia de los espíritus es la que, dilatándose hasta el mismo Dios, no conoce tiempos ni límites, y es una esfera totalmente divina.

* * *

"LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo (1719-1802),

"La conversation avec soi-même" escrito en 1753,  "Conversations with Myself" 
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,

DESCARGA DEL LIBRO:  https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf

José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay en la Quinta de Ibiray.

 

 

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