¿Por qué escribo?
Cuando era niña, y en mi casa me decían Pitufina, escribir se volvió la forma de desplegar una imaginación en constante movimiento, una que muchas veces se volvía abrumadura.
A medida que fui creciendo, implicó un lugar en el que volcaba cada uno de mis sentimientos, todos aquellos gritos que se ahogaban en mi garganta. Sentía dentro de mi la necesidad imperiosa de llenar cada espacio en blanco que encontraba. Era, y sigue siendo, mi forma de sobrevivir. Los hilos de mi mente siempre estuvieron, en cierta medida, recitando poesía, contando historias e imaginando mundos en los que las personas pudieran acobijarse.
Hoy, soy Melchora, poca gente me sigue llamando Pitufina, quizás porque deje de sentir en pequeños susurros. Si bien sigo escribiendo porque no he dejado de vivir en las nubes, también sé que escribo desde otro lado.
Veo las letras como forma de manifestarse, de denunciar; en sí mismas, como puro acto de rebeldía. Nos sirven para expresar aquello que creemos justo. Escribir es acto de revolución.
Escribo porque no quiero que la gente se olvide de aquello que nos vuelve humanos. La muerte, el amor, lo justo; forman parte del universo literario que siempre he querido que compongan mi obra.
Hacer que el lector se plantee las similitudes de lo real en el mundo ficcional construido, no es tarea fácil. Pero enriquece profundamente al alma, como todo arte debe.
Así que escribo, por mi deber conmigo, el de no dejar atrás jámas los mundos que invento cada vez que inspiro; y por un deber humano, el de no dejar atrás la humanidad que nos construye. Existir para volver a pensar lo obvio, lo asumido, las primera preguntas existenciales. Y sobre todas las cosas, para permitirnos sentir, porque en una era en la que la tecnología toma cada vez mayor consideración, el sentir, individual y más que nada colectivo, no encuentra un lugar en el que gritar, entonces yo le cedo el espacio en mis escritos.
Y existe, he de admitir, una tercera razón. Quiero que el mundo sepa que los jóvenes tenemos y hemos tenido siempre, voz. Una que incómoda, que quiebra, susurrada o pegada en cada una de las paredes que rodean estas ciudades que habitamos, pero que nadie logra apagar. Y aunque se intente ignorar, no parece tan fácil cuando incluso el eco de ella llega a cualquier lugar, ¿verdad?
Es por esa razón que espero que mis ecos resuenen no sólo en este artículo, sino en los próximos escritos que caigan en tus manos.
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