La columna de Melchora Costa Fuellis

Columnistas18 de agosto de 2024 Melchora Costa Fuellis
InShot_20240510_174250030

                                                          1_20240519_120417_0000

El baúl
El polvo no me dejaba respirar con facilidad. Estornudaba, me incomodaba el desastre de lahabitación tan llena de recuerdos.
Mi pie chocó con un baúl de madera y me mordí el labio por el dolor. Maldije.
Me senté y desempolvé el baúl. Me invadió una sensación de incorrección en el pecho;
contaría esto como invasión a su tumba, sería romper la promesa que le había hecho aldecirle que tiraría todo sin mirar.
Pero él tenía que saber, tenía que conocer mi naturaleza curiosa, podría haber advertido
que miraría por lo menos una parte de sus viejas pertenencias.
Había fotos en blanco y negro, él en plena juventud. Reconocí a alguno de sus amigos y ala abuela, por supuesto. Encontré cartas de ella y sonreí ante la idea de un amor tan puro
que no se deja desperdiciar mientras el tiempo pasa. ¿Cómo es que a veces le gana hastaa la muerte?
Un encendedor con sus iniciales grabadas: L.L. Un collar antiquísimo, libros viejos, el reloj
de su padre, el pañuelo de su madre y una herida, la mía, que parecía abrirse cada vez mása medida que sacaba los objetos fuera.
Lo último que encontré, solitario al fondo, fue un recorte del diario de la época. La imagende una mujer con rostro eterno venía acompañada del siguiente pasaje:
«No quieren creerme cuando les comento que el ruido se instala como un monstruo en micabeza. No deja lugar a la concentración, no deja espacio para que entre aire, me sofoca dedolor.
El arte de hacerme ver entre las letras que marcan mis muros, de hilar los mitos de los
antiguos y los nuevos, de querer que se sepa la historia de aquellos que construyeron el
laberinto, para destruirlo.
Pero de nada sirve mi esfuerzo por gritar, muchas veces ni un sonido es emitido por estaboca tan juzgada, muchas otras veces me toman por Casandra.
Me gustaría hacerle creer al mundo que no existo. Quizás solo entonces encontraría paz eneste abismo».
Leo el nombre y recuerdo que es la respuesta que el abuelo siempre daba cuando alguien le preguntaba quien era el amor de su vida. Termino de leer el diario con las manos más temblorosas que al empezarlo.
«En memoria de Luisina Leire, quien cometió suicidio el pasado martes en nuestra ciudad.
Gracias por haber compartido tus escritos en nuestra columna semanal».
Mi madre se llama Luisina. Una lágrima se me escapa y desaparece entre el polvo de una casa que siempre me abrazó.

Melchora Costa Fuellis

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email