José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo X - Parte 2 de 5

Religión y Filosofía 12 de abril de 2024 Pablo Thomasset Pablo Thomasset
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José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO":  Capítulo X - Parte 2 de 5

La conversación consigo mismo es el grande arte de conversar con los otros.

En cada modo diferente de conversar con los hombres se entreve el comercio del alma como aquella que nos guía. Ya se aconseje o proyecte, ya se obedezca o mande, es preciso, ante toda comunicación exterior, disponer las cosas interiormente.

Estos hombres famosos, que ya rayos de guerra, o ya ángeles de paz, afirmaron el trono de los soberanos, y la felicidad de los pueblos, no sacaron ciertamente su prudencia y su política del seno de la disipación, y de los placeres.  No se les vio derramarse por los reinos, de quienes fueron como unos salvadores, sino después de haberse desprendido de la soledad, y del recogimiento.

No hay que temer que se pongan los ojos en el hombre voltario y disipado cuando se trate de elegir algún arbitrio o medianero: todos van naturalmente al que prefiere el comercio de su alma a cualquiera otra compañía. Este es el héroe que se destina, y con razón, para grandes empresas.

No se puede dar a conocer cuanto trabaja el alma que se consulta para mantener aquella dulce armonía que debe reinar entre los humanos. Aquí medita castos proyectos, allí busca los medios de ejecutarlos.

¿Es preciso asistir en vistas o conversaciones?

Se tiende primero la vista sobre las personas que se han de tratar, y se impone la precisa ley de callar lo ridículo de unos, y tolerar las preocupaciones de otros: bosqueja interiormente la conversación que ha de tener a la parte de afuera: se prevalece contra el enojo, tan común entre las gentes del mundo; y en fin, compone de modo sus sentidos, que a ninguno hace traición, o con una risa indiscreta, o con un ademan inconsiderado.

¿De donde nace que aquel joven se presenta siempre en una tertulia, o concurrencia con los ojos extraviados, que toma un aire decisivo aun en presencia de sus maestros, y apenas se digna responder a las preguntas que se le hacen? de que ignora el arte de pensar, y no ve que la descendencia y cortesía deben ir delante de cualquiera persona que se ofrece al público.

La verdad, que forma esencialmente el carácter del hombre honesto, es la alma de la sociedad. Ninguno deroga esta ley, ni altera este respeto común, que es preciso usar mutuamente, sino aquel que se aparta continuamente de su alma, del verdadero Mentor a quien debe seguir. 

Si no se reflexionara, jamas se conciliaría la sinceridad con la condescendencia. Sin embargo, hay un medio que nos mantiene entre los dos escollos de contradecir o mentir. 

¡Cuantas obligaciones hay de sociedad mucho mas importantes y delicadas de lo que se imagina, y de las que nos instruye el sentimiento íntimo! 

¡Cuantas circunstancias, en las que tenemos necesidad de toda nuestra razón!

Hay una condescendencia que degenera en vergonzosa esclavitud, y que el juicio nos inspira que la despreciemos, aunque sea de última moda.

¿En donde faltan preciosas ridículas, jugadoras eternas, que pretenden tener derecho para disponer a su arbitrio del tiempo de todos?

Es preciso absolutamente idolatrar a las unas, y perder los días y el dinero con las otras: la reflexión nos librará de estas miserias: ella a nadie presenta en las tertulias o concurrencias sino con un aire filósofo que no disgusta aun a las personas mas disipadas.

Yo he visto bastantes veces en círculos brillantes, hombres que no hablaban del juego sino la burlarse de él, de las modas para criticarlas y hacerse querer mas que otros.

Tenían libertad para aparecerse, y desaparecerse cuando se les antojaba: de este modo se mantenían exentos de toda servidumbre aun en medio de la servidumbre misma, y su ejemplo probaba evidentemente que se puede frecuentar el mundo sin dar en sus trabas o prisiones: basta presentarse uno por lo que es, y conservar bien su carácter.

A veces no se necesita mas que una agudeza o prontitud sazonada para desconcertar todo el aparato con que se tratan los usos ridículos. Sería cosa muy feliz si se pudiera desembrollar con la misma facilidad el interior de los hombres.

El mundo hormiguea en embusteros, que se sirven de la máscara de la amistad, y que es preciso observarlos de muy cerca. Ciertamente es querer exponerse a crueles remordimientos el entrarse de repente en compañías que no se conocen. 

El alma entonces se huye como a pesar nuestro, y las pasiones que se apresuran en ocupar su lugar nos conducen a muchos peligros. Ya entonces no estamos en el regazo de la franqueza, candor y cortesía, antes bien nos vemos asaltados de ficciones, chismes, traiciones y calumnias.

FalsosChismes

El uno viene a sorprender nuestra bondad contra un amigo antiguo, el otro a sacarnos un secreto para abusar de el. El comercio con nuestras almas nos preserva de estos peligros, y nos obliga a hacer anatomía del corazón y talento de los que hemos de tratar. 

El que sabe conversar interiormente jamas se acompaña con amigos sin enviar delante de sí una luz capaz de penetrar hasta sus entrañas.

Es preciso que preceda siempre una duda metódica a cualquiera nuevo enlace. Cuando se trata de vivir en otro, y multiplicar su ser, nunca será demasiado el examen y brujuleo que se haga de las personas con quienes deseamos formar tal intimidad. Los enlaces o conexiones que no son sino obra de una simple entrevista, o se hacen lazos peligrosos, o roturas ruidosas.

El furor toma muchas veces el puesto de la amistad, y ya no vemos sino un enemigo, cuya sangre debe correr a tierra, en aquel mismo que poco antes habíamos adorado repentinamente.

Encuentro un hombre que me abruma a cortesías; se da la enhorabuena de conocerme; quiere visitarme todos los días; me agrega al número de sus mejores amigos: si yo me rindo a sus primeras demostraciones, bien pronto me veré precisado a arrepentirme. Este mismo sabrá luego que yo vivo sin fausto y sin riquezas, que yo no llevo una comitiva de muchos criados, que no habito palacios, finalmente, que voy a pie.

Ya tiene bastante para hacer otro concepto: desde entonces se afrenta de verme, me huye, y aun se extiende hasta durar de mi probidad, y de este modo me veo altamente despreciado de aquel el día antecedente me acarició e incensó tanto y cuanto.

* * *

"LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo (1719-1802),

"La conversation avec soi-même" escrito en 1753,  "Conversations with Myself" 
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,

DESCARGA DEL LIBRO:  https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf

José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay en la Quinta de Ibiray.

 

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