José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACION CONSIGO MISMO": Capítulo XI - Parte 3 de 4

Religión y Filosofía 24 de mayo de 2024 Pablo Thomasset Pablo Thomasset
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José Gervasio Artigas y "LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO":  Capítulo XI - Parte 3 de 4

La imaginación tarda poco en prestarse a sus deseos, y ella se hace condescendiente, hasta el extremo muchas veces de ser su esclava.

¿Con que elocuencia un personaje famoso no nos ha pintado el desorden que nuestra imaginación introduce esforzadamente en su retiro? 

"Yo tenia descarnados los miembros con las austeridades", dice San Gerónimo, "yo no era sino un esqueleto, y vivía privado del comercio de los humanos, cuando la memoria de los espectáculos de Roma vino a atormentarme cruelmente."

"La representación de aquellas fiestas, y de todos los objetos que había visto, exaltaba en mi interior una revolución contra mi espíritu."

Una aplicación seria, y sobre todo el estudio del Hebreo, le concedió la calma a este ilustre solitario. A fuerza de cautivar su imaginación, la hizo dócil.  Del propio modo, con un trabajo continuo conseguiremos repetidas victorias de nuestras pasiones y sentidos.

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Casi todos los hombres saben resistir a la fuerza: el amor propio, sin duda, los sostiene en este combate, pero ceden inmediatamente a la insinuación.

Comúnmente nos entregamos a discreción a todos los que nos acarician y lisonjean. El sabio sabe muy bien desconfiar de estos artificios peligrosos; huye y se defiende de los peligros del deleite.

¿Puede dudarse que la fuga en ciertas ocasiones es mas gloriosa que una victoria casual? Cualquiera se lo persuadirá fácilmente, si el desgraciado hábito de juzgar de las cosas por el acaecimiento, no hiciera agravio a nuestras reflexiones.

Todos quieren avanzar siempre aun a costa de perecer: sin embargo, el cuerpo por el cuidado que tiene de evitar el menor araño, o huir el menor sobresalto, debería servirnos de maestro. 

Nuestra alma tiene bastantes choques que temer: dividida entre lo que ella se debe a si misma, y al turbillon de la materia sometida a sus leyes, no puede permitir al alimento, ni al sueño que excedan de sus derechos.

A ella le pertenece regular precisamente la cantidad, recelosa de concederles demasiado a los sentidos, que nunca dicen bastante. 

Sabemos, por una funesta experiencia, que el espíritu padece alguna vez parálisis, vaidos, y también delirios violentos, por haber dejado que el cuerpo se embruteciese con destemplanzas.

¿Cuantas veces el vino, ese enemigo furioso, no hizo frenético a los hombres mas tranquilos? El hierve en nuestro interior con muchas mas fuerza y erupción que en las cubas o tinajas, donde cubierto de espuma, arroja su primer fuego.

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El amor es otra pasión que, cuando parece nos lisongea, se hace nuestro mas cruel verdugo.

¡Cuan en vano los poetas, y los forjadores de novelas hacen todos esfuerzos para darnos de él bellos retratos!  Estos no son sino ficciones agradables en los libros, que solo pueden hacer hombres verdaderamente desgraciados.

El amor es un sacudimiento que inquieta el alma, y un fuego que la oscurece y la devora: él se apaga casi tan pronto como se enciende, y no le deja al corazón sino la afrenta de haber sentido demasiado, o el pesar de no sentirle mas y mas. Si puede causar por un instante placer, es mezclado con otros innumerables ratos de desesperación y amargura, que da con bastante abundancia y prodigalidad.

La ambición no tiene agrado alguno para el hombre que se entrega a ella: sea cualquiera el empleo que consiga, solo se ocupa en las dignidades que espera lograr, y así se le ve errar perpetuamente por cargos que no son para él, y jamas piensa en el que a él le pertenece.

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El tiempo presente no es su blanco, y así no vive esperando vivir. En cuanto a la cólera, esta manifiesta su fealdad al instante en los rostros: ojo extraviados, cabellos erizados y boca llena de espumarajo, denotan la turbulencia en que pone a la razón.

Todas las veces, pues, que nos atreveremos a sujetarnos a las pasiones, ponemos grillos pesados a nuestra dulce y preciosa libertad. Nuestro corazón está expuesto al saqueo: la mas vil criatura corporal tiene derecho para pretender su conquista, y aunque perecedera, nos precisa entonces adorarla como inmortal, e inmediatamente, a sea por encanto o por hábito, no solo ofrecemos incienso a este grano de materia, sino que le divinizamos.

Hay gentes a quienes un naipe ocupa mas que todo cuanto se ve y se piensa, y que cambiarían todas las virtudes del universo (si estuvieran en su mano) por un frívolo adorno o vestido, por un equipaje, y por una dignidad.

Yo no me admiro ya de que los cuerpos, en vez de darnos cuenta de su fragilidad, se atrevan a zumbar en nuestros oídos que intentan hacernos dichosos. Los hombres siempre fuera de sí, no pueden hallar aquella inteligencia secreta, ni aquel oído del corazón, que sabe juzgar de la armonía de las criaturas, o de sus disonancia.

Basta que ellas hablen mal para que su conversación nos encante. Estos desórdenes acaecen porque no sabemos guardar un verdadero medio, ni mantener aquel admirable equilibrio que debe haber entre nuestro espíritu, las pasiones y los sentidos.

La ansia vehemente de adelantarnos, no seria ya sino una honesta emulación, necesaria en el comercio de la vida, y el deseo de conservar nuestros bienes, y aun  el de mejorarlos una gran prudencia y justa economía.

La imaginación en ciertas ocasiones nos inspira un temor racional, y no expondría al hombre a sustos pusilánimes, ni le representaría espectros o fantasmas, cuya impresión se hace sentir de un modo terrible en lo profundo de la noche, o en cualquiera oscuridad; porque solo la demasiada familiaridad con los sentidos es la que ha podido hacer a algunos hombres visionarios.

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No pudiendo perder la idea de los cuerpos, creen que ven a sus parientes o amigos ya muertos, revestidos nuevamente y abultados. Ellos se figuran verlos tales cuales eran cuando vivían; con la misma talla, y el mismo rostro; de manera que estas ilusiones mas bien se habían de llamar apariciones de los cuerpos, que de los espíritus.

* * *

"LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO" por el Marques Caracciolo (1719-1802),

"La conversation avec soi-même" escrito en 1753,  "Conversations with Myself" 
Traducida del francés al castellano por Don Francisco Mariano Nifo, MADRID, AÑO DE 1817,

DESCARGA DEL LIBRO:  https://archive.org/download/la-conversacion-consigo-mismo-marques-de-caracciolo/46641_LaConversacionConsigoMismox_compressed.pdf

José Gervasio Artigas poseyó esta edición española publicada en Madrid en 1817, en su 11ª impresión, realizada en la imprenta de Francisco de la Parte. Diaria lectura de Artigas, nuestro prócer, en su exilio en el Paraguay en la Quinta de Ibiray.

 

 

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