Una noche en Salón Pueyrredón

Columnistas 09 de abril de 2023 Francisco Baez
Pueyrredón

Es viernes por las tarde y hace dos semanas Los Mentirosos anunciaron su nuevo show en Salón Pueyrredón, el mítico Bar de rock de la cuidad de Buenos Aires, un antro legendario del underground punk porteño. Una cueva rodeada de pizzerías, puestos de choripán y linyeras que alguna persona, iluminada por el contexto, bautizó como Palermo Bronx.

Son las 7 pm, me encuentro en mi departamento en Arenales y Agüero y me preparo para empezar la noche tan esperada. Ya bañado y vestido, lo único que me hace falta es ponerme mi campera de jean en la que tengo prendidos en el bolsillo delantero algunos ping de las bandas que más me gustan. Agarro mis auriculares, algo de plata y los cigarrillos y me dispongo a salir. Por lo general fumo tabaco armado pero hoy es una de esas noches en las que en el momento que sienta ganas de fumar quiero poder agarrar un cigarrillo de mi atado de Camel y encenderlo.

La primera parada va ser en un bar a la vuelta de donde vivo. El patio del liceo es un lugar tranquilo en el corazón de la manzana, me hace olvidar que estoy en una gran cuidad.

Salgo de casa y me enciendo un cigarrillo, decido no utilizar los auriculares aún, voy caminando tranquilamente al bar.

Entro y saludo. Me ubico en una mesita rodeada de plantas y gente cool. 

Pido una cerveza roja y me dispongo a beber y disfrutar de la música que suelen poner en el bar. A esto lo llamo yo, la calma antes de la tormenta, y la disfruto siendo consciente de ese concepto.

Luego de beber ya varias cervezas y medio llenar el cenicero, pago y me retiro del Bar. Ahora sí me pongo los auriculares y hago sonar “Muchacha de Negro” de Los Mentirosos. Me dirijo al chino y compro una botella de vino sin mayor criterio, conque me guste la etiqueta basta. Solo quiero sentir el sabor del vino tinto acariciar mis labios mezclado con el sabor a tabaco.

Decido ir a caminando al recital, son 20 minutos hasta el Bronx a buen ritmo, pero no tengo prisa. La noche es larga y joven, y yo tengo una botella vino en la mano. A la pasada me detengo en un restauran y le pido a un mozo norteño que me abra la botella.

Mientras voy caminando por avenida Santa Fe, bebiendo, fumando y escuchando mi banda preferida de punk rock, siento un poder en mí muy difícil de describir, como si estuviese acelerando sin miedo a estrellarme. En ese momento me surge un pensamiento y me doy cuenta de que teniendo tantos amigos voy solo al recital. Me quiero engañar planteándome la tonta idea de que me olvide de avisarle a alguien pero... sé que es mentira.

Desde que anunciaron el show supe que me encontraría así; en una caminata errante, borracho y pensativo, buscando ese ser lapidario que me hace sentir vivo y que no podría encontrarlo si no fuera en esta premeditada soledad.

Ya en la puerta del Salón Pueyrredon, desconecto mis auriculares y los guardo. Por lo que escucho el concierto todavía no empezó y eso es perfecto. Aún me queda un cuarto de la botella de vino, lo termino y entro.

Una vez en el Bar los sentidos se me agudizan, es como si hubiese tomado alguna de esas drogas de moda. Puedo sentir el ambiente espeso producto del los olores que emanan de los cigarrillos, las chaquetas de cuero viejas y la suciedad propia del lugar. Los músicos recorren el salón entremezclándose con la gente.

Me acomodo en la barra pegajosa, me pido una botella de vino. Miro a la derecha y veo que se esta acercando el cantante de la banda, “Juan de madrugada”. Sin dudarlo me nace decirle aquel pensamiento que tuve y aunque me sale un poco balbuceado me entiende: "tus letras, tus letras son lapidarias, pero me hacen sentir vivo”. Como respuesta Juan de madrugada alza su botella de vino y yo hago lo mismo. Los dos, con un leve gesto de la mirada, brindamos, como se brinda con un amigo eterno que veo de vez en cuando, siempre en antros, siempre borrachos.

La magia del momento la fulmina el manager de la banda en su intento por reunir a cada unos de los músicos diseminados por el lugar. ¡Vamos que ya subimos!

Tengo una botella de vino, menos cigarrillos que antes, pero los suficientes. El show está por comenzar, a partir de este momento solo voy a escuchar a la banda y no pensar en nada más.

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